Abrieron la puerta y
dejaron entrar los cuervos.
Sus atronadores graznidos
apenas permitían oir nuestros pensamientos
De sus alas se desprendían
sucias y pegajosas plumas negras,
y algunas palomas blancas,
cubiertas de ellas,
comenzaron a graznar también.
Finalmente los cuervos abandonaron la casa
y ellas les siguieron,
pero al poco de alzar el vuelo
sus negras plumas fueron cayendo
hasta dejar al descubierto
el puro alba con que nacieron.
Al volver a ver como eran en realidad
dejaron de mover sus alas en desconcierto.
Y cayendo al suelo desde el cielo
murieron.
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