Cada vez que mi rostro
se refleja en el sucio espejo
de baño de cualquier bar,
o en un día de invierno
en la fría ventana de un anónimo café,
no puedo resistir la tentación
de posar mi aliento en su superficie
y descubrir lo mensajes
que alguien dejó
en ellos con sus dedos.
Antes de que se revelen,
imagino corazones,
fechas y nombres de enamorados,
que quizás perviven más
que el amor en los mensajes jurado.
Unas veces es lo que encuentro
pero otras son tres en rayas,
o simples garabatos,
árboles, pájaros o monigotes.
Aunque los que más abundan
son lienzos vírgenes.
Entonces me asalta la duda
de si debo romper sus silencio
y esperar que alguien reviva
lo que escribo
con un soplo de su vida.
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