Me la cruce por la calle
paseando con su traje de hada,
varita en la mano.
Tocando con ella
a los que iban pasando.
A mis ojos nada cambiaba.
Pero ella seguía
repartiendo su magia sin darle importancia.
Para la anciana veinte años menos,
al triste una sonrisa,
al pobre un tesoro
y para mí algo más de pelo.
Dobló la esquina
y sus alas doradas desaparecieron.
Nada parecía diferente
pero todo ya no era igual.
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