como mi madre lo hacía.
Despacio,
oyendo el borbotear de la cazuela.
Probar la sopa,
echar una pizca de sal,
y volverla a tapar.
Así durante horas mientras leo un libro,
o escribo poemas,
como ella hacía punto,
o jugaba a los solitarios.
Hasta que el aroma
que llena la cocina
me dice que es tiempo
de sacar la cazuela del fuego
y quemarse la lengua
al volverla a probar.
Pensar entonces en otra receta,
y volver a empezar.
Probar, sal y tapar.
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