12/03/2010

TORERO

Hoy era domingo. Tocaba día de limpieza en casa. Todos los domingos tocaba una tarea diferente que estaba apuntada en una hoja fijada en la puerta del frigorífico con un viejo imán de Wendy's. La hoja la hacía mi madre a finales de diciembre y abarcaba todos los domingos del siguiente año menos Thanksgiving, cuando íbamos a visitar a los abuelos maternos en Minessota y dos fines de semana en julio que los pasábamos en una cabaña en los Fingers, donde siempre alquilábamos la misma cabaña como hacían todos nuestros vecinos de esas dos semanas.

- "Hoy toca limpiar y ordenar los armarios del ático. Ya conocéis las normas. Nada de guardar cosas inútiles ni rotas, ni que no se hayan usado en los últimos dos años. Necesitamos sitio para guardar cosas nuevas. Hacedlo vosotros dos mientras yo voy a la compra. Ok? Hasta luego"


- "Vale Mamá, no te preocupes. Pondremos todo lo que no sirva en bolsas y luego lo prepararemos para llevar a la parroquia. Hasta luego".

Este era uno de mis tareas preferidas de todos los domingos del año. Siempre tocaba justo después de Thanksgiving y era uno de los anuncios de la Navidad que se avecinaba, como ir a dar la carta a Santa en Macy's o ver el pino en Rockefeller Center y comprar cupcakes en Magnolia en el camino de vuelta a casa. Además adoraba pasar horas en el ático, abriendo aquellos armarios, trepar a la escalera para poder alcanzar las cajas, abrirlas y volver a encontrar otra vez mis juguetes, muñecas, libros que ya casi habían caído en el olvido sustituidos por otros más nuevos. Aunque había momentos tristes también, al volver a ver esas muñecas ya viejas y ajadas que nunca más volverían a ser mis compañeras de confidencias tras dos años en el fondo de una caja. Pero siempre quedaba la alegría de pensar que en la parroquia se las regalarían a alguna otra niña que les volvería a susurrar al oído sus secretos y dándoles así vida otra vez.

- "Vete subiendo Layla, mientras yo voy a buscar la escalera al sótano" me dijo mi padre tras besar a mi madre mientras se despedían.

Se oyó el timbre. Era Brad, el vecino de la casa al otro lado de la calle. Como casi todos los meses pasaba un domingo para pedir el cortacésped. El suyo se le había estropeado hace casi dos años al poco de morir su mujer, Judy, y siempre aseguraba que era la última vez que nos pedía el nuestro, pero siempre volvía. Mi padre decía que no compraba uno nuevo más por tener una excusa para cruzar la calle y olvidar su soledad y hablar con alguien que porque se le olvidara siempre comprar uno.

-"Cariño, vete empezando con la parte de abajo de los armarios mientras le doy a Brad el cortacésped. Luego haré yo el resto con la escalera".

En su voz el tono era más dulce todavía que de costumbre. Era como un preámbulo de la larga charla que le esperaba con Brad y que nunca trataba de rehuir ni acortar.

Tras saludar a voz en grito a Brad subí en el ático. Allí estaban todos los armarios esperándome. Normalmente mi padre empezaba por los de la derecha, donde él acostumbraba a guardar sus cosas y yo por la izquierda, donde estaban las mías. Mi madre se bastaba con el armario y cajoneras de su habitación para mantener todas sus pertenencias tan ordenadas y guardadas, como la cocina y el resto de la casa.

Y allí me sumergí en mis cosas. A veces la decisión era fácil, otras el recuerdo y el presente luchaban mientras sujetaba el libro o juguete con los brazos estirados, como si alejarlo de mí la corta largura de ellos me empapara del salomónico atributo de la justicia. Cosas indultadas hace un año, éste emprenderían su destierro hacia la parroquia y otras dormirían en la oscuridad otro año más por lo manos. Algunas de ellas ocultadas de la revisión que haría mi madre cualquier día para ver si habíamos cumplido sus estrictas normas.

Cuando acabé mi parte todavía se podía escuchar el murmullo de la conversación subiendo desde la cocina y por el tono no parecía que fuera a terminar demasiado pronto. Así que me puse manos a la obra con la parte que correspondía a mi padre. Siempre le ayudaba a acabar la última parte de su armario, la más cerca a la mía. Parecía que siempre las primeras puertas se le resistían, que los objetos allí guardados necesitaban una larga inspección, aunque siempre había alguna bolsa o caja que a veces ni era abierta ni sacada del fondo del armario antes de seguir en su reposo.

Empecé por las puertas más cercanas al mío y como casi siempre estaba llenas de gorras, bermudas, bañadores, camisas floreadas o sandalias compradas en las rebajas después del verano y que se acumulaban allí hasta que el sol volviera. Muchas veces se mezclaban con las de años anteriores y había que decidir cuales estarían menos pasadas de moda el próximo estío, o todavía no tenían demasiadas manchas de las salsas de las barbacoas veraniegas.

La tarea no era difícil, las normas de mi madre era bastante claras y cuando mi padre y yo lo hacíamos juntos siempre sabíamos a que atenernos. Además mi padre no tenía demasiadas cosas nuevas cada año. Así que no me tomó mucho tiempo acabar con esas primeras puertas.

Tenía sed y bajé a la cocina, en el camino todavía se podía oír la conversación que manaba desde ella, aunque esta vez un poco más muerta.

-"Hola papá. Ya he acabado casi con todo el armario. Sólo me falta la última puerta del tuyo. Pero tanto trabajar me ha dado sed. Me cojo una soda y vuelvo y acabo"

-"Mejor que me vaya. Sino no me va a dar tiempo acabar de cortad el césped antes de que anochezca" Dijo Brad mirando a su reloj un poco avergonzado.

-"Te acompaño al garage a cogerlo Brad y subo a ayudarte hija. Será un segundo" Contestó mi padre.

Con mi soda en la mano me despedí de Brab y subí de vuelta las escaleras hasta el ático para seguir con mi tarea. Mi padre y él se quedarían aún un rato hablando y yo mientras seguro habría acabado con la parte de abajo del armario y podría llamar a Beth y quedar para ir al parque a jugar en uno de lo últimos días en los que aún el sol brillaba y el frío no era lo tan intenso como para que nuestras manos, narices, orejas o cualquier parte de nuestro cuerpo no cubierta doliera al cabo de 10 minutos.

Abrí la última puerta. No había mucho guardado allí. Un par de cajas grandes, que ya sabía que contenían viejas revistas de viajes que mi padre guardaba desde antes de casarse, cuando gastaba sus veranos viajando alrededor del Mundo y que estaban indultadas de por vida, y una bolsa de basura de plástico negro al fondo en una esquina, mal colocada. Como si alguien la hubiera tirado allí con prisa y luego hubiera cerrado la puerta rápidamente para que no cayera fuera. Sabía que si eran cosas de mi padre, el indulto estaba asegurado, pero aún así la abrí para asegurarme.

-" Hola cariño. Ya has acabado? ". La voz de mi padre sonó a mi espalda.

Me volví con una especie de capa de extraños colores en mi mano que había sacado de la bolsa.

-"Sí papá, sólo me falta esta bolsa. Es esto tuyo? No lo había visto nunca. Qué es esta capa rosa y amarilla?".

Mi padre sonrió al reconocerla.

-"Guárdala antes de que mamá la vea". Dijo con dulzura.

-"Vale papá. pero cuéntame qué es". Le dije mientras la metía otra vez en la bolsa y la depositaba otra vez en el armario justo encima de las dos cajas de revistas.

Mi padre abrió con calma la escalera que traía en su manos y se sentó en el cuarto escalón y juntando las manos su habitual suave voz , incluso cuando me reprendía por algo, empezó a contar una vieja historia. Incluso de antes de casarse con mi madre. Un viaje a España todo un verano. Como fue a ver una corrida de toros a Las Ventas en Madrid, hizo amistad con sus compañeros de asiento y tras irse luego a tomar unos vinos y a un tablado flamenco, estos le invitaron a las fiestas de su pueblo, un pequeño pueblo en el norte del país llamado Falces. Como tras una odisea de viejos trenes y autobuses llegó allí y le alojaron en su casa. Días de comer mucho, beber vino, pasear una estatua de la Virgen por las calles de la ciudad y sobre todo vacas. Ellos llamaban vacas a aquello que a mi me parecían toros. De como un día bajo los efectos de un poco de vino, él lo dijo así, y de los gritos de ánimo de la gente al final había salido a enfrentarse de aquellos gigantescos animales salvajes con aquel trozo de tela que ahora dormía en el armario. Y que tras un mal remedo de lo que había visto aquella tarde de verano en Las Ventas había sido atropellado por uno de aquellos tranvías con cuernos y después entre "olés" de la multitud y gritos de " viva el Americano" fue paseado a hombros de los lugareños por el pueblo parando en cada tasca a beber más vino. Al día siguiente se levantó envuelto en aquella extraña capa con dolores por todo el cuerpo, pero sobre todo de cabeza. Aquel había sido el último día en aquel pueblo, esa mañana cogió un autobús que le llevó a una ciudad y de allí otro que le llevó a Barcelona donde pasó una semana recuperándose de los golpes entre baños en el mar, entre miradas de la gente que se sorprendía de los extraños colores morados y amarillos de su piel. Desde allí volvió a América sin volver nunca a saber de aquel pueblo ni de sus amigos. Aunque se trajo como recuerdo aquella pieza de tela que le habían regalado aquellos como reconocimiento a su valor.

- "Ellos le llaman capote y lo usan para llamar al toro y engañarle después para que no les atropelle".

-" Y tú sabes cómo usarlo papá?" Le pregunté con admiración.

-" Claro que sí hija" Su tono de voz intentó ser convincente.

-"Me enseñarás algún día papá? Yo podría hacer de toro y perseguirte por el parque"

-" Vamos a acabar con el armario y si acabamos antes de que tu madre vuelva nos vamos a Riverside Park y te enseño. Pero no se lo cuentes a tu madre. La historia nunca le gustó y me hizo prometerle que tiraría el capote para que nunca volviera a intentarlo. El otro día estaba buscando otra cosa en el armario y casi me pilla con la bolsa en la mano. Por eso estaba a la vista"

Nos pusimos manos a la obra y con la ilusión de ir al parque a aprender a ser una torera acabamos en un santiamén.

Al cerrar la última puerta todavía mi madre no había llegado. Posiblemente había pasado a saludar a su hermana pensando que nos llevaría más tiempo ordenar el ático y no quería llegar hasta que todo no estuviera en su sitio y las bolsas de cosas para la parroquia en el maletero del coche.

Con ojos implorantes le recordé a mi padre sus palabras. Él cogió el teléfono y llamó a mi madre para decirle que si iba a tardar mucho todavía nos íbamos al parque a respirar un poco de aire fresco. A mi madre le pareció una buena idea, así podría estar más tiempo con su hermana quejándose de que me iba haciendo mayor y ya no le hacía caso y de que mi padre tenía el garaje lleno de herramientas por el suelo para luego acabar no arreglando nada.

Mi padre cogió la bolsa y nos fuimos al parque. Allí abrió la bolsa y sacó el colorido capote además de un chaleco verde de fieltro y una boina que se había comprado en aquel viaje.

Me llevé las manos a mi cabeza y con mis dedos índices simulé unos cuernos y empecé a correr hacia él imitando un mugido. Él con su capote enfrente me intentaba esquivar, aunque a veces conseguía cornearle entre risas e hipos.

Al cabo de media hora ya no podía correr y tras alcanzarle una vez más me tiré en la hierba y simulé estar muerta, aunque mi risa me delataba.

-"Papá, me has matado. Has ganado".

El tras dar unos pases al aire con el capote lo guardó en la bolsa otra vez y se sentó a mi lado.

Haciendo un gesto con la cabeza me señaló una pareja que se había parado y nos estaba mirando con cara de extrañeza.

-"Deben pensar que estamos locos".

-"Eva, has visto aquel padre y su hija. Parece que tiene un capote y están haciendo como que torean. De donde lo habrán sacado?".

En ese momento sonó el teléfono. Era mamá, ya estaba en casa y había preparado algo para cenar ya. Nos levantamos y empezamos a caminar hacia casa. La pareja continuó su camino parque arriba.

-"Cuando lleguemos a casa entra en casa primero y entretén a tu madre mientras yo subo y escondo la bolsa otra vez"

-"Vale papá. Pero volveremos a jugar algún otro día y ese día yo haré de torero vale?
Prometo guardarte el secreto".

-"No sé. Creo que estoy un poco mayor para hacer de toro".

-'No papá. Todavía eres joven". Mentí.