1/30/2011

EL AUTOBÚS

Sentado allí en el autobús, hundido en su asiento parecía dormido aunque sus párpados no ocultaban sus miopes ojos.

Era ya tarde y fuera la oscuridad ya casi cubría las fachadas.

Las luces del autobús le daban a éste el aspecto de una sala de espera de cualquier viejo hospital. Asépticos fluorescentes blancos que proyectaban alrededor una impresión de suciedad. Haciendo parecer que todo lo que iluminaban estaba raído y desgastado. Convirtiendo los pasajeros en pacientes.

Así los veía él, pálidos, ojerosos, ellos creciendo unas ásperas barbas de varios días, ellas con el maquillaje corrido.
Así se veía él reflejado contra el cristal de la ventanilla. Recortado en carteles luminosos de diferentes colores: azules, rojos, amarillos que pasaban fugaces y de los que no podía leer los nombres.

Miró a la chica sentada justo enfrente suya. No pasaría de los treinta pero en sus ojos llevaba bastantes más años ya pasados pero sin haberlos podido vivir.

Pensó en su rutina. En todos esos días que su cerebro le obligaba a levantarse, coger aquel mismo autobús por más de una hora, trabajar por encima de las ocho horas que había firmado hace 15 años en un contrato y volver a permanecer allí sentado rodeado de los mismos extraños cada día. Hasta llegar a casa, cenar sin más compañía que una vieja televisión y acostarse en su fría y vacía cama. Y el día siguiente volver a hacer lo mismo pero sintiéndose un año más viejo.

Por su mente pasó al idea de no volver a hacerlo nunca más. De cambiar su vida para siempre y empezar algo que siempre hubiera deseado hacer. Pero no pudo encontrar ese anhelo escondido en alguna parte de su memoria.

Su parada se acercaba y su deseo de dar un golpe en la mesa del presente y hallar algo con que realmente llenar su vida le quemaba.

Pero ahí seguía su pensamiento como él vacío.

El autobús frenó. La puerta se abrió dejando entrar el gélido aire que soplaba desde el río. Al final de la calle se podía ver su edificio.

Recitó en su interior un mantra intentando abrir otra imaginaria puerta en su vida y dejar que aquel gélido viento arrastrara consigo el vacío que pesaba como si cada minuto malgastado en su vida se hubiera convertido en una lápida colgando de su cuello.

"Debo de hacer algo. Cambiar mi vida, que no sea como un barco a la deriva empujado por corrientes desconocidas" Repetía para si mismo.

La puerta se cerró. Y el autobús arrancó con un apagado estertor. Mientras él seguía allí sentado, mirando al vacío sin poder pensar ya en nada. Había perdido.

Lo carteles de las calles se reflejaban en sus gafas uno tras otro, acompañados de frenazos y arrancadas que se sucedían cada vez con menor frecuencia. Las caras sentadas enfrente también cambiaban, aunque siempre con la misma expresión de cansancio y hastío reflejada en ellas.

Las luces de la ciudad se hicieron más pobres y las farolas no cruzaban ante sus ojos con el mismo ritmo frenético de antes. Las hileras de edificios tenían más huecos en ellas, como dentaduras de viejas sierras ya inútiles. Hasta que ya no hubo más edificios.Ni mas paradas.

Pero él seguía allí sentado buscando aquel destello de esperanza que le hiciera bajarse de aquel autobús.

1/21/2011

BULLETS











Your bullets don't pierce my flesh anymore.
The shells remain scattered all around my feet
And nothing more than air grazes my dreams.

All the noise, all the rumble
It's just an echo
That faints far away from my heart.

The blood still floods through my veins
burning my lips
when I try to mutter some words.

Just the pain got inside my body
It hurts like a thousand bombs
And makes my head explodes
Under all the children's voices.



UNEXPECTED PASSENGER


El húmedo pasadizo estaba apenas iluminado por la mortecina luz de una solitaria lámpara mal colgada del techo y el ruido de los trenes rugía atronador al final del mismo.

La prisa le hizo acelerar el paso. Ahora ya no andaba, corría, su respiración entrecortada y la piel completamente sudada.

Por fin. Ya estaba en el andén. Justo a tiempo. El tren acababa de llegar. Las puertas se abrieron como guillotinas, dejando caer cabezas de pasajeros en la plataforma para a continuación emerger los cuerpos que se arrastraban después de un largo día de trabajo y unos interminables minutos entre bruscos frenazos, arrancadas y sacudidas.

Se quedó allí quieta, mirando a las luces de los fluorescentes del vagón y su reflejo en el plexiglás de los anuncios del mismo. Su respiración ya había recuperado su ritmo normal, y con paso decidido se dirigió al interior del mismo. Sorteando los últimos pares de gastados zapatos abandonando el tren se metió en el mismo.

La puerta se cerró justo tras ella, el violento sonido le sobresaltó. Con la mirada encontró un tranquilo rincón donde recostarse para el resto del viaje y allí se acomodó.

Trató de rehuir la mirada de los otros pasajeros, pero aún así podía sentir los ojos de estos en su piel. Unos estaban cargados de curiosidad, otros de cierto desagrado.

Esto le incomodó y empezó a moverse a lo largo del vagón buscando otro lugar donde pasar más desapercibida. Se fijó en aquel hombre dormido en un asiento. Parecía no existir para el resto de los pasajeros. Quizás sentada a su lado nadie se apercibiera tampoco de su presencia. Se subió al asiento más próximo a él.

Nada mejoró, ahora parecía que había todavía más pupilas penetrando su carne. Quizás todavía no estaba lo suficientemente cerca. Se agarró a la manga de su compañero de asiento y alcanzó el hombro. Éste parecía despertarse.

Sintió algo trepando su brazo. Quizás fuera un sólo un sueño. Pero parecía demasiado real. Un escalofrío recorrió su cuerpo y abrió los ojos. La vio allí, junto a él, mejor dicho subida en él, en su hombro. Sus ojos se abrieron todavía más, esta vez acompañados por un similar movimiento de su boca, con una mezcla de estupor y asco.

Con un rápido movimiento de mano logró quitarse la rata de su hombro justo en el momento que el tren frenaba al entrar en la estación. Al chirrido de las ruedas siguió el golpe de las puertas al abrirse.

La rata corrió hacia la puerta mientras los pasajeros se apartaban para dejarle paso y tras saltar el hueco que separaba el vagón del andén desapareció entre un laberinto de otros similares desgastados zapatos hacía otro mal iluminado pasadizo.

La puerta se volvió a cerrar con otro seco golpe. Los pasajeros recuperaron la normalidad que había sido quebrantada por unos escasos segundos. Unos retomaron el periódico en la misma página, otros clavaron su mirada vacía en el mismo anuncio de abogados,el vacío de sus sueños, incluso algunos pocos se atrevieron en una breve charla con los más próximos a ellos. Pero ninguno, ninguno, volvió a cerrar los ojos otra vez.

1/17/2011

SEE THE MOON

See the Moon in your eyes.
See the Moon in your eyes.
Sometimes is a full moon
coming along with a smile.
Sometimes is a new one
taking away the moonlight.
Sometimes a cloud of teardrops
hides her pretty sight.
But when it's over the night
there's always a lighthouse
on the edge of the dark side.
Then you shut up them tight
and the sun takes over my life.

CORNER 52

- Nos vemos en el Corner 52 a las siete.
- De acuerdo. Nos vemos allí. No puedo esperar más para verte.
- Adiós. Te quiero.
- Yo también. Nos vemos a las siete. No llegues tarde por favor. No tenemos mucho tiempo.

Colgó el teléfono y tras cerrar la puerta empezó a bajar las escaleras.

- Cariño. Qué hacías en el dormitorio? Te he llamado y no contestabas.
- Nada. Organizar un poco mis cosas.
- Voy a salir de compras. Necesito una camisa nueva para el trabajo. Tú también deberías ir a comprarte unos vaqueros nuevos. Esos están un poco viejos.
- Igual lo hago.Yo también voy a salir. He quedado con Phil.
- Cenamos juntos en casa a las nueve ?
- Perfecto.

Ella cogió su pañuelo rojo del colgador junto a la puerta y tras besarle en la boca se fue.
Él se quedó mirando la puerta por unos segundos con expresión vacía. Y tras sacudir la cabeza como si despertara de un sueño salió a la calle.

Las agujas marcaban las siete en su reloj. Él entró en al Corner 52 con paso decidido. El bar no era gran cosa, pequeño y con aspecto de haber tenido mejores tiempos. Tampoco estaba muy concurrido. Los pocos clientes que había estaban sentados en desvencijadas banquetas mirando al frente sin hablar entre ellos. Cuatro hombres y una mujer, además de un camarero que sacaba brillo a las botellas con un paño raído.

Ella le miró como quien mira a un extraño por primera vez, repasándole de arriba a abajo. Pero no pareció quedar muy impresionada por la vista y volvió a girar su cabeza al frente para posar su vista en las estanterías de botellas impolutas.

Él también la observó por un momento. Tampoco con mucho interés y después se sentó en una banqueta libre entre ella y otro cliente que miraba su vaso como buscando en el fondo del mismo las horas de su vida perdidas en aquel lugar. El resto de los clientes apenas se molestaron en prestarle atención, su principal interés era una vieja televisión donde alguien corría mientras botaba un balón.

Pidió una cerveza y tras pagarla se quedó mirando como la espuma desaparecía de la superficie. Cuando ya no quedaba ninguna burbuja bebió un largo trago y posó también su mirada en la pantalla. Ahora las imágenes reflejaban varios jóvenes altos y fuertes saltando y peleando por aquel mismo balón.

Permaneció allí por un rato dejando vagar su mirada entre las inmaculadas botellas, la espuma de sus cuatro cervezas y las tres únicas personas que entraron en el local durante ese tiempo. Miró el reloj, eran las ocho y media. Acabó su última cerveza, se levantó de la banqueta y empezó a dirigirse hacia la puerta. La mujer que todavía estaba allí fue la única que se volvió a mirarle aunque con una expresión muerta que pasó a través de él como si fuera una de las botellas que el barman abrillantaba.

Abrió la puerta de su casa. Desde la cocina llegaba un aroma a ternera estofada acompañado por el sonido metálico de cazuelas.

- Hola cariño. Ya has vuelto? Has encontrado una camisa que te gustase?
- No. Tampoco había muchas cosas en la tienda... Tú qué tal con Phil? Qué contaba?
- Ya sabes. Siempre las mismas historias del trabajo. La cena estará en quince minutos.
- Subo al dormitorio me cambio y te ayudo a acabar de prepararla y poner la mesa.
- Tranquila, casi he acabado.

Ella subió las escaleras mientras se quitaba soltaba el nudo del pañuelo. Entró en la habitación y descolgó el teléfono. Él hizo lo mismo al otro lado de la línea.

- Hola.
Su voz sonaba suave y relajada con un toque sensual.

- Hola.
La de él un poco nerviosa y preocupada.

- Fue maravilloso ir al Corner 52 y que estuvieras allí. Esos viejos vaqueros te quedaban muy bien.
- Tú estabas preciosa con tu pañuelo rojo.
- Gracias. Eres muy amable...
- Lo siento, te tengo que dejar, tengo el estofado en el fuego y se me va a quemar.
- Tranquilo ahora bajo.
- Te quiero.
- Yo también te quiero.

Bajó las escaleras y entró en la cocina. Abrió un armario y sacó los platos y los puso sobre la mesa. Se dio la vuelta para coger los vasos.

Él estaba allí mirándole fijamente a los ojos. La mirada de ella le traspasó, pero está vez llena de vida y deseo.

Se quedaron uno enfrente del otro sin que el tiempo transcurriera hasta que el agudo pitido de la alarma del humo les sobresaltó.

- Maldito estofado, se me está quemando.
- Es igual. Después de tantas cervezas no tengo hambre.
- Yo tampoco. Vamos al dormitorio.
- No. Mejor aquí, en la mesa como la primera vez que lo hicimos en esta casa y éramos todavía unos desconocidos para el otro.
- Te quiero.
- Yo también.