12/16/2011

LA PLAYA

Al borde del mar
en la playa
te arrodillas,
para con tus manos
hacer un pozo en la arena
que rodee tu castillo.
Tu falda recogida
por encima de las rodillas.
Tu pelo largo
en la nuca anudado
se ríe del viento
que intenta enredarlo.
El reflejo del sol en tu blanca camisa
hace de faro de marineros perdidos.
Te contemplo desde la barandilla del paseo
hasta que la marea
cubre tu castillo,
sueltas tu pelo,
estiras la falda,
y vuelves a casa conmigo
a dormir con la ventana abierta
al arrullo de las olas
que se rompen en el vacío.

NANA

Al lado del río
se duerme mi niño,
le abrazo fuerte para que no tenga frío.

La suave brisa lo arrulla
meciendo su cuna
hecha con la luz de la Luna.

Una paloma alza el vuelo
rompiendo su dulce sueño
que se pierde en el cielo.

No llores mi niño, no llores,
seca esos ojos como soles
que se ahogan las flores.

Deja que vea tu sonrisa
déjamela ver, mi vida,
y yo también me quedaré dormida.

12/06/2011

ACABAR UN LIBRO

Al acabar un libro
siempre me queda un sabor amargo,
como de un amigo que se ha ido,
o un curso en la escuela acabado.
Por eso leo las últimas páginas siempre más despacio.
A veces en voz alta,
imaginando que me dejo algunas líneas
y tengo que volver a empezar desde el principio,
o que le nacen más páginas al final del último capítulo,
o que los personajes
se sientan a mi lado en el sofá
para beber un café a pequeños sorbos
y quedarse para siempre conmigo.
Pero otras veces
pienso en no leer nunca más
para no tener esa triste sensación
al cerrar mi libro.

SE ROMPÓ EL RELOJ QUE COLGABA DE LA PARED

Se rompió el reloj
que colgaba de la pared.
Tras semanas de comer a las 7
y cenar a las 2,
en su lugar colocamos un cuadro
con una foto de Brooklyn Bridge,
que si lo miro a las 8 de la mañana
hay atasco,
y está vacío al atardecer.
Ahora tengo una teoría
para saber que hora es.
A menos cuarto siempre hay un autobús blanco
y a en punto un taxi amarillo.
Pero creo que voy a llevar
el reloj a reparar,
porque desde que se rompió
siempre llego tarde a las citas
y encuentro
la sopa fría
a la hora de comer.

11/29/2011

E.T.

We sent rockets to the Moon,
we send rockets to Mars,
we'll send rockets to the Sun.
Trying to find something.
Something we don't have
here in the Earth
under our boots.
We search for someone,
with a different skin color,
no hair on the head,
three eyes and one foot.
Someone who speaks a language to be understood.
Without realising that
he's the guy of the next door
we meet everyday at the elevator
on the third floor.

ME GUSTA COCINAR

Me gusta cocinar
como mi madre lo hacía.
Despacio,
oyendo el borbotear de la cazuela.
Probar la sopa,
echar una pizca de sal,
y volverla a tapar.
Así durante horas mientras leo un libro,
o escribo poemas,
como ella hacía punto,
o jugaba a los solitarios.
Hasta que el aroma
que llena la cocina
me dice que es tiempo
de sacar la cazuela del fuego
y quemarse la lengua
al volverla a probar.
Pensar entonces en otra receta,
y volver a empezar.
Probar, sal y tapar.


11/21/2011

SUNDAY BREAKFASTS

Every Sunday morning
we have breakfast in bed.
Some croissants, orange juice
and a "café".
Some of the days you wake up
and get it prepared
before I open my eyes,
yawn and stretch.
Other days I try to make it myself,
although I forget the orange juice,
spill the coffe,
and get the croissant burnt.
But you still love me these Sundays
and all the other weekdays.

10/11/2011

NEWS' MAN

El siempre quiso estar en las noticias,
le gustaba la televisión y
la radio también,
pero lo que más eran los diarios.
Nunca quiso ser periodista, ni entrevistar a Rajoy,
Obama o Berlusconi.
Tampoco presentar el tiempo,
ni cantar los goles de Ronaldo.
Él quería ser protagonista,
leer su nombre en las cabecera del matinal
y ver su foto en la portada del dominical.
Pero nunca lo consiguió.
Así que se buscó una solución.
Todos los día se hacía un traje con el periódico y
los domingos un sombrero de colores con la revista.
Unas veces la tela era de El País,
otras Semana o Cinco Días.
Así paseaba por las calles
hasta que un día un periodista le paró
para una entrevista.
Desde ese día ya nunca se cambió el traje,
que se hizo con el periódico con su fotografía.

THE MOUSE IN MY LIGHTHOUSE

There is a mouse in my lighthouse.
He wants to be a sailor,
but he is scared of the tempests.
He got once on board
in a sunny and calm day,
and he got seasick
at the first blow of the breeze.
He jumped back onto the land
and found shelter at my place.
There,
he takes care of the lamp,
red, blue and white.
And when the fog comes,
he blows the horn.
And in winter,
we sit at the table
to watch the storms
drinking rum,
and playing cards.
He tells incredible pirates's stories
while he smokes in an old pipe.
He looks like a real sea dog
although he take his bath in a small bowl.
There is a mouse in my lighthouse
who never the shore left.




10/03/2011

CANDADO

Como todos los días a esa hora, el tren estaba absolutamente lleno. No había apenas espacio para moverse. Ella entró en el último momento, apretándose contra el resto de los pasajeros para evitar ser atrapada por las puertas al cerrarse. Se giró y con la mano izquierda se agarró a la barra, quedándose de espaldas a mí.

El tren empezó a moverse. Tratando de evitar los ojos del resto de los pasajeros, mi vista se desplazó de los fluorescentes del techo a la parte superior de los carteles que apenas sobresalían por encima de las cabezas de los pasajeros, y después a las manos que se asían a las barras.

Ella giró su cabeza unos pocos grados dejando a la vista su oreja izquierda. La oreja no tenía nada especial, ni tampoco el pelo que caía por detrás, pero algo en ella atrajo mi atención. Había un pequeño candado tatuado detrás de su oreja, muy sencillo, en tinta de color azul .

Volvió a girar su cabeza al frente y el candado volvió a desaparecer detrás de su pelo otra vez.

El tren se detuvo. Las puertas se abrieron y un torrente humano se precipitó fuera del vagón arrastrándole a ella. Otro torrente entró en el vagón y ella desapareció en el andén, aunque no el candado que parecía haberse quedado tatuado en mi mente.

Finalmente el tren llegó a mi parada y bajé de él emprendiendo el camino a mi casa sin prestar apenas atención a mi alrededor. Sólo aquel candado de tinta azul ocupaba mi pensamiento. Cuál era su significado y cuáles las razones para tatuárselo en aquella parte tan escondida de su cuerpo pero a la vez tan descubierta.

En mi camino a casa pasé como siempre cerca de aquel local de tatuajes que siempre me había parecido poco recomendable. Casi sin darme cuenta me paré frente al mismo y me quedé mirando el sucio escaparate lleno de dibujos de dragones y serpientes, símbolos celtas y chinos. Sin saber como, entré en el local.

No dolió mucho, aunque el tatuador me había advertido que la zona que había elegido era muy sensible. Tampoco tardó mucho tiempo en realizarlo. Era un tatuaje muy pequeño.

Volver del trabajo a esa hora seguía siendo una tortura. El metro siempre estaba abarrotado y viajábamos como ganado camino al matadero. El tren llegó a la parada de la calle 42. Las puertas se abrieron. Habían pasado semanas pero la reconocí a pesar de que esta vez se situó detrás mía. El traqueteo del tren al arrancar nos volvió a sacudir. Me giré un poco y ella estaba allí mirando mi oreja con una sonrisa. Yo sonreí en respuesta.

- "Bonito tatuaje. Qué candado abre la llave?"

9/27/2011

LA CIUDAD VACÍA

Desde el otro lado los edificios se veían imponentes, aún sin referencias para poder ver su exacta magnitud. Contando las ventanas uno podía calcular sus pisos de altura. Pensar que para él su apartamento en el piso 11 era un acantilado al que se le hacía imposible asomarse, y aquellos edificios multiplicaban por 3, 4, 5 ó incluso 10 la altura de aquel.

Mirar hacia abajo desde la azotea de uno de ellos debía de ser como asomarse al abismo del fin del Mundo. Pero vistos desde allí parecían muertos, se asemejaban a enormes caparazones de tortuga que su ocupante los hubiera abandonado. Incluso a las noches cuando las ventanas se iluminaban todo parecía artificial, como una postal retocada.

Pero aún así, allí sentado en aquel banco del parque, no podía apartar su vista de la gran ciudad envuelta en el silencio de sus millones de habitantes sólo roto por el paso de algún barco por el río.

9/20/2011

ÉL SIEMPRE QUISO

Él siempre quiso ser zurdo,
pelirrojo,
miope, con gafas como vidrieras de iglesia.
Llevar los zapatos sueltos, y la camisa
arrugada.
Poder enseñar un ojo morado y un brazo
escayolado con dibujos y firmado.
Tocar la armónica, y cazar
jilgueros en el campo.
Hacer novillos, y
no ir a misa los domingos.
Tener de cada amigo
lo que más había admirado,
sin saber que todos le querían
por su pelo moreno,
e ir siempre arreglado.

9/15/2011

PUERTA GIRATORIA



Mi vida es como una puerta giratoria.
Mejor dicho,
mi corazón lo es.
Con sus aurículas y ventrículos
absorbe y expulsa a los otros de mi interior.
Como ellas, mi corazón nunca gira a la misma velocidad.
Unas veces son las 5 de la mañana de una fría noche de invierno,
otras, 
hora punta en el Corte Inglés.
Porque nadie guarda mi puerta,
cualquiera la puede empujar,
dar una vuelta entera y seguir su camino,
sino le gusta lo que descubrió.
Esto es lo que más a menudo sucede.
Aunque a veces, pocas, 
alguien se para tras girar sólo 180 grados,
y se queda en mi interior.
Pero casi no recuerdo
cuando fue la última vez
que alguien se quedó enredado en ella
para girar y girar sin cesar por la eternidad. 

9/01/2011

SUBWAY

Dark, it's dark.
Everything is dark outside .
Pitch-dark.
Running darker,
Rattling and bumping for a while.
Then a light at the end of this gutter
makes me blink.
Now, noisily we run across the platform
and people are just a pulp that I can't read.
Then a squeal,
the long, unbearable cry of the brakes, the rats or a suicide.
A brusque stop,
follow for a second of stillness.
Click open doors
click shut the doors
Rattling, bumping, blur, dark...

8/14/2011

EL BAR

Ella estaba sentada mirando a la puerta de entrada. Él se sentó de espaldas a la misma.
La camarera sonrió y ellos le devolvieron la sonrisa. Ella pidió un té y él una cerveza. Ella hizo una pajarita con la servilleta y él jugaba con un azucarillo abandonado en la mesa.
El tiempo pasaba y ella miró el reloj. Él también lo miró de reojo. Las cuatro y media. Las ocho y cuarto.
Ella recordó cuando se juntaban allí a tomar café antes de ir a trabajar. Él añoró cuando se juntaban allí para beber una cerveza antes de cenar.
Ella pagó y se marchó a su tienda. Él pagó y volvió a casa a cenar solo frente al televisor.

6/11/2011

EMPIRE STATE

Desde aquí arriba la ciudad se convierte en nada más que una masa gris de enormes bloques de cemento y cristal. Todo lo que abajo mis sentidos percibían tan próximo que me abrumaba, ahora parece tan distante y pequeño que lo podría destruir con mi dedo pulgar. El mismo río se ha convertido en una corriente de agua sucia saliendo de una cloaca, y el cielo se asemeja al techo de una casa vieja con su azul ya degradado por la contaminación y sus blancos desconchones de nubes.


Desde la distancia de los ochenta pisos, todo allí abajo parece moverse despacio, y tan sólo los diminutos puntos amarillos en que se han convertido los taxis conservan algo del frenético ajetreo de la ciudad. Su constante movimiento transportando almas por las calles se asemeja al de los glóbulos rojos en nuestros arterias acarreando oxígeno para que la vida no se detenga.

Tras media hora aquí arriba, uno pierde la verdadera perspectiva del Mundo, quizás esto es lo que les sucedió a los dioses tras pasar la eternidad contemplándonos desde el cielo, y ya es hora de volver a mi realidad mortal.

Al volver al suelo, lo primero que hago es volver a mirar hacia arriba otra vez. El lugar donde estuve ya no existe, es sólo otro bloque más de hormigón y cristal. Los taxis zumban a mi alrededor y sus humos y bocinazos vuelven a ser insoportables. La ciudad me agobia, y sólo pensar que por treinta minutos pude aplastarla con mi pulgar me da algo de consuelo.

5/23/2011

LEYENDO EN EL PARQUE

Estaba sentado en el mismo banco que todos los días en los que no llovía. Desde que comenzaba la primavera hasta que el invierno congelaba la ciudad, aquel banco se transformaba en su lugar de lectura preferido. Incluso aún se le podía ver allí sentado durante el invierno, cuando el día, aunque frío, era soleado. Si había nevado, siempre sacudía la nieve del banco con un guante antes de acurrucarse y abrir el libro. Una vez acomodado en el banco, se sumergía en las páginas de su libro durante horas ajeno al ajetreo del parque, excepto cuando alguien pasaba corriendo por delante suya, que siempre levantaba la vista para observar al corredor por unos segundos antes de volver a su tarea.

La lectura le había cautivado desde niño, aunque con los años también había desarrollado un interés por las gente que corría por el parque. Al principio los había considerado algo molesto porque le distraían de su lectura, y llegó a pensar en mudarse a otro banco más alejado de las habituales rutas de los corredores, aunque finalmente los corredores pasaron a ser un elemento más de sus horas de lectura, como mojar su dedo índice en la punta de su lengua antes de pasar las páginas. Elucubrar sobre que les impulsaba a correr, a elegir aquella ropa que vestían, las extravagantes zapatillas, o sus diferentes estilos de carrera. Hasta había llegado a clasificarlos en grupos en función de sus diferentes características . Con sólo una mirada, ya creía saber todo sobre quien corría frente a sus ojos.


Aquel día, el sol no calentaba demasiado y una ligera brisa venía desde el río. Estaba leyendo uno de las primeras novelas de Paul Auster, "El País de la Últimas Cosas". Al principio, había encontrado el libro un poco monótono, pero poco a poco la historia le había ido atrapando, y ahora lo tenía totalmente hipnotizado. Cuando llegó, todavía era temprano para la mayoría de los corredores. Normalmente su número aumentaba a partir de las cinco de la tarde cuando la mayoría acababan sus trabajos.

Su mirada se posó en el libro, y durante la primera hora sólo la levantó tres veces. La únicas corredoras fueron tres mujeres. Él las encuadró en el grupo de amas de casa que aprovechaban las últimas horas antes de que sus maridos vuelvan a casa para hacer un poco de ejercicio como complemento de una dieta, posiblemente basada en productos ecológicos, y mayoritariamente vegetariana. Su indumentaria consistía en zapatillas y tops de colores, y pantalones oscuros. Siempre llevaban auriculares en sus orejas, y habitualmente la música era clásica, o un pop suave. En este grupo la mayoría eran asiáticas.

A partir de la segunda hora el número de corredores se incrementó, y también la variedad de ellos. Al grupo de amas de casa, le sucedieron ejecutivos estresados, estudiantes, deportistas, y pseudo-profesionales del maraton entre otros. Algunos los conocía de todas las veces que los había visto pasar enfrente de su banco, pero otros pasaban ante él por primera, y posiblemente última vez.

Como casi siempre, entre ellos estaba un hombre que corría siempre a la misma hora, por el mismo lapso de tiempo, y vistiendo similares ropas. Su ritmo nunca era demasiado rápido, ni demasiado lento. Él lo encuadraba en el grupo de "corredores ordinarios". Aquellos que no parecían tener un claro motivo para correr, que lo hacen se podría decir por inercia. Lo que diferenciaba a éste de los demás era que cada vez que pasaba enfrente suya giraba la cabeza, y le miraba por unos segundos para después volver su vista al frente y perder otra vez su mirada en el final del parque, a la vez que él volvía a posar la suya en el libro.


El ritmo de su zancada estaba acompasado con su respiración, y la música que sonaba en su mp3. La mirada al frente sin fijarse en nada más que en los posibles obstáculos en el camino. La única distracción que se permitía era mirar a la gente que leía sentada en los bancos. Durante todo los años que llevaba corriendo le había sorprendido la gente que pasaba su tiempo leyendo en los bancos de los parques. Siempre había picado su curiosidad saber los motivos que les llevaban a preferir leer en los incomodos bancos de los parques a estar sentados confortablemente en un sillón de su casa. Con el tiempo había creado diferentes teorías sobre las razones que llevaban a aquellas personas a elegir el parque, y dentro del parque un determinado banco como lugar de lectura, o el porqué unos iban con chaquetas de lana, otros mantenían sus gafas en precario equilibrio en la punta de la nariz, u otros mojaban la punta de su dedo índice antes de pasar la página. Y los había dividido en diferentes grupos, que reconocía con una simple mirada. Como aquel hombre, siempre en el mismo banco, y que siempre levantaba la mirada para verle pasar.




5/18/2011

PAYASO

Yo de pequeño quería ser payaso,
para pintarme la cara, y
que la gente se riera de mis charadas.
Yo de pequeño quería ser payaso,
para llevar peluca roja, y
ropa mucho mayor que mi talla.
Yo de pequeño quería ser payaso,
para aullar a la luna, y
llevar una flor de broma en mi solapa.
Yo de pequeño quería ser payaso,
para viajar de pueblo en pueblo, y
vivir en una caravana.
Y ahora que soy mayor,
quisiera volver a ser pequeño, y
soñar con ser un payaso.

5/09/2011

ENCUENTRO

No se podría decir que ella fuera especialmente atractiva.Nunca destacaba en los bares, ni en las fiestas. Ella sabía que pasaba desapercibida sin intentarlo, y si pensaba que podía destacar, siempre creía que era para peor.

Pero aún así, él se había acercado a ella. Lo había hecho de una manera casi imperceptible, como un aroma que llega con la brisa y te gustaría que permaneciera siempre. Sus primeras frases fueron las comunes, pero sin por ello dar la impresión de estar siguiendo un guión preestablecido para cualquier chica. Ella permanecía nerviosa sin saber que contestar.

Sus amigas le miraban con una mezcla de envidia y alegría. Él era guapo, muy guapo, sin por ello dar muestras de arrogancia. Aunque hablaba principalmente con ella, de vez en cuando dirigía sus preguntas hacía las amigas, creando una atmosfera que no las hiciera sentirse incomodas, a la vez que dejaba claro que su principal interés era ella.

Los minutos pasaron, y ella empezó a sentirse más segura. La conversación se fue haciendo más fluída. Ahora, parecía que se conocían desde mucho tiempo atrás. Pero al final llegó lo inevitable, uno de sus amigos se acercó y le dijo que iban a ir a otro local.

Él les preguntó si querían acompañarles, pero ellas todavía tenían que esperar a un par de amigas. Las amigas le propusieron que se fuera con él y sus amigos, y cuando llegaran las dos compañeras que faltaban le llamarían, y se unirían donde estuvieran. Ella dudó, pero finalmente decidió quedarse con sus amigas. Ellas le intentaron convencer de lo contrario, pero sus esfuerzos fueron inútiles.

Los amigos de él le apremiaron, y se despidió no sin antes decirles donde iban a ir, y escribir su número de teléfono en una servilleta de papel para dárselo a ella.

Ella se quedó en silencio mirando como él se alejaba entre la gente que abarrotaba el bar, y finalmente desaparecía tras la puerta. Sus ojos se humedecieron, y se excusó de sus amigas para ir al baño. Una vez sola allí se secó las lágrimas con la servilleta de papel y la tiró al suelo mojado.

3/23/2011

A PLACE

Walk, walk, walk
and endless road
without a place to rest.


Climb, climb, climb
and endless rock
without a place to grip.


Swim, swim, swim
and endless sea
without a place to breath.


Fly, fly, fly
and endless sky
without a place to nest.


Live, live live
and endless life
without a place to die.

3/03/2011

THE POET

El traqueteo del tren enmudecía antes sus gritos. Aquellos nueve chavales no paraban de hablar, reír, chillar, gritar...
con su inglés americano mezclado a veces con palabras de un español endulzado por su acento portorriqueño. Todos enseñando en sus iphones vídeos de canciones de R&B llenos de curvilíneas cantantes y bailarinas vestidas escasamente con un bikini.

Constantemente se chocaban, empujaban, peleaban, como un enjambre de abejas en una colmena demasiado pequeña para ellas. Mientras, el resto de pasajeros los contemplábamos en silencio imposibilitados de superar sus decibelios y mantener una conversación.

El ruido metálico de los frenos al acercarnos a la parada de la calle 50 tampoco consiguió ahogar su alboroto. Es más, la pérdida de equilibrio por el frenazo les hizo incrementar la algarabía, que ahora mezclada con el chirrido de las ruedas contra los desnudos raíles era apenas soportable.

Finalmente el tren llegó a un alto. Las puertas se abrieron y cerraron en escasos segundos sin que sus ruidosas bocas se hubieran cerrado por un segundo.

Sólo un pasajero entró en el vagón. Tras dar un solo paso se quedó allí plantado de espaldas a la puerta, ausente, con su mirada miope tras unas viejas gafas, y sus orejas totalmente ocultas por unos enormes auriculares verdes.

-Buenas tardes.

Su voz sonó seca como un disparo. Los niños se paralizaron como alcanzados por las dos balas de aquella frase.

Sin darles tiempo a reaccionar empezó a disparar nuevas ráfagas de su ametralladora.

-Siento molestar,
Pero les tengo que hablar
De las cosas que me preocupan,
antes de que al mundo hundan.
Quiero ver más amaneceres
antes de acabar mis deberes,
quiero que dure el mundo
más que un único segundo
Ayúdenme por favor
a pintarlo de color
para que rían los niños
enseñando sus blancos piños
y que cada mañana que amanece
se cumpla lo que sueñen.
Gracias damas y caballeros por su atención
pero tengo que dejar el vagón.
Espero que cuando salgan del metro
hayan aceptado mi reto.
Buenas noches y mi respeto

Su boca se calló con el cañón todavía humeante. Pero ahora el silencio lo envolvía todo. Incluso el traqueteo del coche parecía haber desaparecido, y todos parecíamos flotar en el aire.

Y él seguía allí. Mirando al frente a través de los inmensos cristales de sus gafas como si no estuviéramos allí.

El encantamiento duró unos minutos más, no sabría decir cuantos, quizás fueran dos, quizás diez, hasta que las puertas se volvieron a abrir ya en Times Square, y el andén se tragó al poeta dejándonos a cambio en el vagón otros varios comunes mortales.

Las puertas se volvieron a cerrar y todos parecimos despertar de un sueño.

-Has visto que puto loco?
-Pero era bueno rapeando.
-Bah, yo lo hago mucho mejor.

Poco a poco su volumén fue creciendo hasta que volvió a sumirnos en el impuesto silencio de nuestros pensamientos.

2/16/2011

CINCO LETRAS

Dejó de teclear y miró la pantalla que brillaba ante sus ojos. Allí estaba escrito todo lo que siempre le había querido decir : su nostalgia del tiempo pasado, los sentimientos que creía muertos y aún permanecían en algún lugar bajo su piel, filtrándose a veces a traves de sus poros y empapándole durante unos segundos antes de evaporarse sin dejar rastro de aroma alguno; y también su presente, el suyo y el de él; y quizás su futuro, el de ellos.

Volvió a releer el texto.Lo había hecho cientos de veces, y escrito y rescrito otras tantas decenas de ellas. Está vez estaba
perfecto. Todo estaba allí, sin sobrar ni faltar ninguna palabra, ninguna letra, ningún signo de puntuación, exclamación, o interrogación. Sólo quedaba por escribir la última frase, aquella que ya había elegido incluso antes de empezar a escribir la primera línea.


Estiró los dedos, y éstos respondieron con un suave chasquido. Volvió a pulsar el teclado, suavemente, como la frase requería. Una, dos, tres, cuatro, cinco, seis veces... Pero está sexta vez ninguna letra se unió a las cinco que aparecían ya escritas en la pantalla. Presionó la tecla otra vez, nada sucedió. Y otra vez, pero esta vez con más fuerza. Pero a la"u" no siguió ninguna "i". Lo intentó con más fuerza aún, nada. Se detuvo un momento buscando el aliento que le abandonaba, y continuación golpeó las teclas con furia, sin pausa; el ritmo se volvió frenético, convirtiéndose en un indiscriminado martilleo de teclas al azar, sin sentido ni palabras verdaderas. Allí, en su mente, estaba la frase que tanto tiempo había guardado para este momento. Sólo allí, en su mente. Un ridículo "Te qu" era la única respuesta del ordenador a todo aquel sublime sentimiento.

El Mundo se detuvo y una oleada de frustración le inundó dejándole inmóvil frente al teclado hundida en su silla. Su corazón todavía latía con el salvaje ritmo de la desesperación, y podía oler el sudor que se filtraba por sus poros . Tras unos minutos flotando a la deriva en aquel vacío, se enderezó, y ya más calmada intentó encontrar una solución. Pensó en usar alguna abreviatura, y ganar el suficiente espacio para concluir su frase. Pero eso no iba con ella, seguía prefiriendo escribir las palabras completas, la sensación de que el mensaje perdería todo su significado si lo despojaba de alguna de sus letras le aterraba.

Por fin sus dedos volvieron a afanarse sobre el teclado. Primero borrando el aborto de aquella frase que
tantas veces había escrito en sus sueños, y luego escribiendo una nueva, que para muchos está tenía el mismo significado o incluso expresaba con mayor intensidad el sentimiento que le poseía; aunque para ella sólo su frase lo podía reflejar en toda su dimensión. Las cinco primeras pulsaciones se reflejaron en la pantalla, respiró profundamente y pulsó la "o". Pero detrás de "te am" todavía seguía habiendo un vacío. Está vez, no dejó que la desesperación le cegase. Debía haber una explicación lógica para aquello. Revisó la pantalla en busca de un mensaje del sistema. Allí, en una esquina estaba: " Ha alcanzado el número máximo de caracteres del mensaje".

Miró perpleja a aquel cuadrado. Sólo tenía cinco letras para expresar todo el sentimiento que había permanecido latente durante todos aquellos años en su interior. Pensó en revisar una vez más el texto, pero sabía de antemano que no podía quitar una letra sin que todo él perdiera su sentido por completo y se convirtiera en un esfuerzo inútil. También sabía que nunca encontraría una combinación de cinco letras que no sólo completará sus sentimientos sino que les diera su real sentido.

Sus manos estaban ahora frías, como las de un cadáver. Las acercó nuevamente al teclado y sus yemas se quemaron durante cinco ligeros roces; entonces borró todo lo que estaba escrito anteriormente y pulso una última tecla. En la pantalla ahora podía leer "mensaje enviado".

En su bandeja de mensajes de entrada destellaba un nuevo mensaje recibido; era de ella. Quizás fuera el mensaje que había estado esperando durante todos esos años. Lo abrió con ansiedad. Sólo cinco letras ocupaban la pantalla. Una palabra que comprendía todo su futuro.

"Adios"

2/13/2011

MI FANTASMA


Todas la noches debajo de mi cama
Todavía miro
Antes de envolverme
en mis mantas con alivio.
Cuando el suelo de madera crepita
En el sofá me hago un ovillo, y
Recorre mi espina un escalofrío. Miro
De donde el ruido vino,
Pero mi mirada sólo encuentra vacío.
Cierro la puerta con cien pestillos
Pero el aire por las rendijas se cuela, y
Ninguna figura surge desde el suelo frío.
Abro los armarios con sigilo,
Y tras un segundo,
las amenazantes siluetas que lo habitan
vuelven a ser sólo abrigos.
Todavía creo en fantasmas,
Como cuando era un niño.
Mi ilusión era encontrar uno
Para que fuera mi amigo.
Y deslizarle una manta bajo mi cama,
Y que se probara mis abrigos,
Sentarnos en el sofá a leer un libro
Y juntos ponerle burlete a la puerta
Para que no entrase más frío.
Pero sobre todo,
Sobre todo
Que no se asuste cada vez
Que se encuentra conmigo.

2/02/2011

SANTA CLAUS


Hacía frío, mucho frío. Ese frío seco de los días de impolutos cielos azules y perezosos soles que se despiertan tarde y acuestan pronto sin elevarse demasiado en el horizonte como esperando el momento de volver a desaparecer.



Sus cortos pasos se sucedían rápidos y su mano, enfundada en un guante de lana lleno de colores, se aferraba a la de su madre cubierta por uno de fino cuero negro .

En las aceras los bordes estaban todavía cubiertos por la nieve convertida en un gris y sucio hielo. El centro de las mismas estaba ya limpio, aunque aún alguna pequeña placa de hielo había sobrevivido a las palas de los operarios del ayuntamiento y de los porteros de las edificios.

La Navidad hacía dos semanas que había acabado y las vacaciones, visitas familiares y regalos ya quedaban lejos o dormían guardados en los cajones.

Hoy era domingo. y como todas las tardes de los domingos habían ido a visitar a su tía Helen en Staten Island. La noche les había sorprendido y tras abandonar el metro les quedaban por caminar los escasos doscientos metros hasta el portal de su casa. Aún en esta pequeña distancia el frío era capaz de congelar dedos, orejas o cualquier otro miembro del cuerpo no suficientemente cubierto dejándolo dolorido y de un color rojo intenso .

-Mira Mamá.

Estas dos palabras salieron de su boca acompañadas por la nube de vapor en que su cálido aliento se había convertido. Con su mano libre señalaba hacía un lado de la acera mientras que con la otra intentaba frenar a su madre. Ésta trató de seguir con su paso, pero los cada vez más cortos pasos de él le obligaron a frenarse.

-Mira Mamá. Mira eso.

Repitió otra vez él, ya parado en medio de la acera. Su cara oculta por otra nube de vapor. Su dedo índice rojo, blanco y azul señalando hacía el puesto de perritos calientes y hamburguesas de Louis.

-Sí hijo. Ya veo, es Louis.

A veces se paraban allí para comprar unos perritos al volver del parque de jugar. Pero no en días como éste.

-No Mamá - insistió él -Al lado Mamá. Mira es Santa Claus.

Su madre, ya totalmente parada miró hacía donde el diminuto dedo multicolor apuntaba y vislumbró un figura humana vestida de rojo y blanco. Él tiro de su mano para reanudar el paso y acercarse más. Ahora estaba más claro. No había lugar a dudas. Allí, alumbrado por la luz de la farola y los fluorescentes del puesto de Louis estaba Santa Claus. Mejor dicho, una figura de él a tamaño humano. Pero algo extraño perturbaba lo que debería ser una imagen familiar. Al principio ella no acertaba a decir que era lo que no encajaba en aquella visión.

- Mamá. Santa Claus no tiene cabeza. Alguien se la ha cortado.

Estaba en lo cierto. Santa estaba allí, con su pose tradicional pero su cabeza no estaba sobre sus hombros. Tras una rápida ojeada tampoco pudo descubrirla en el suelo cerca de él.

-Mamá. Qué le ha pasado a Santa? Está muerto? Ya no tendré más regalos?

Ahora la nube que salía de su boca se había convertido en una tormenta.

-Tranquilo cariño. Nadie puede matar a Santa. Habrá sido sólo un accidente.

-Pero Mamá. Sin cabeza no podrá leer mi carta y no sabrá que he pedido. Tampoco podrá encontrar mi calcetín para poner los regalos dentro.

Ahora unas lágrimas a punto de congelarse caían desde aquellas nubes.

-Tranquilo amor. Alguien la encontrará y se la devolverá.

Dijo ella intentando de calmar aquel temporal.

-Pero necesitará un médico que le cure Mamá. Podemos llevarle a casa y Papá podrá hacerlo. Él es médico, no? Él puede.

Ella intentó buscar una escapatoria y evitar tener que cargarse con aquella figura.

-Pero si lo subimos a casa nadie sabrá donde está y donde devolverle su cabeza. Mejor aquí en la calle que todo el mundo puede verle.

-Podemos poner un cartel en la farola. Mejor en todas las farolas del barrio. Diciendo que quien la encuentre nos llame. Como hizo tía Helen cuando Dogdoc se escapó. Y también decirle a Louis que si ve a alguien con la cabeza se la pida y nos la dé.

Su cara ahora era un claro en medio de la tormenta. Aquellos ojos no iban a aceptar un no por respuesta.

Ella agarró la figura y tras decirle a Louis que si veía alguien con la cabeza de Santa se la pidiera y la guardara para ellos.

Louis al principio no entendió nada de lo que le decía. Pero al ver la figura que ella arrastraba y la cara del niño sonrío y afirmó que así lo haría.

El portero les abrió la puerta a los tres y se ofreció a llevar al decapitado invitado hasta el ascensor. Se cerró la puerta del mismo y allí se quedaron los tres. En silencio. Mirando ellos dos los números de los pisos iluminarse conforme subían.

Abrieron la puerta y alguien saludó desde el fondo del apartamento.

-Hola Chris - contestó ella.

-Te hemos traído un paciente.

-Perdona cariño. Qué dices? - contestó él.

--Qué hemos traído a Santa Claus para que lo cures Papá - gritó el niño con ansiedad.

El padre apareció por la puerta del salón. Sus ojos se abrieron como platos. Pero antes de que pudiera articular palabra el niño empezó a decir.

-Alguien ha quitado la cabeza a Santa Claus y lo hemos traído para que lo cures. Cuándo la encontremos se la volverás a poner Papá, no?

El padre fue a decir algo. Pero se arrepintió. Y en vez de lo que había pensado suavemente dijo.

-Sí hijo. Cuando tengamos la cabeza le curaré.

-Mamá vamos a hacer los carteles para poner en la calle.

Unas miradas de resignación se cruzaron entre los padres. Ella encogió los hombros en señal de rendición.

-Vale. Vamos a hacerlo al ordenador de tu habitación.

Habían pasado ya tres días sin noticias de la cabeza perdida. Al volver del colegio el niño siempre preguntaba por ella y después de oír una negativa iba a su habitación a montar guardia desde su ventana por si alguien pasaba con ella. No fuera que Louis no lo viera.

Era jueves y ese día tras la escuela él tenía sus clases de natación. Eran las siete y media y al entrar al salón preguntó por la cabeza, su padre sonrió.

- Cariño. Hoy ha venido una señora que la había encontrado. No había visto todavía los carteles y la tenía guardada en casa. Por eso no había venido antes.

La emoción y ansiedad casi no le dejaron acabara su padre la última frase.

-Y dónde está? Se las has puesto ya Papá?

-Sí. Ya se la he puesto...

No pudo decir más. El niño salió corriendo hacia su habitación.

Un grito de angustia llegó desde la misma.

-Papá. Santa no está aquí. Dónde está? - dijo llorando

- Se ha ido hijo. Cuando le puse la cabeza y le curé me preguntó qué día era, se lo dije y se asustó. Me dijo que tenía que volver a su cabaña para dar de comer a los renos y empezar a preparar los regalos para el año que viene que sino no acabaría a tiempo. Eso sí, me dio las gracias por curarle y cuando le conté que tú le habías encontrado y traído a casa me dijo que te diera muchísimas gracias también a ti. Que te estaba realmente agradecido y que la próxima Navidad tendrías unos regalos muy buenos. Eso sí, siempre que te portaras bien.

El niño se quedó congelado por un momento. Sin saber si llorar porque se había ido Santa o gritar de alegría ante la esperanza de sus próximos regalos. Finalmente tartamudeando acertó a decir.

-De verdad dijo eso Papá? Que voy a tener muy buenos regalos?

-Sí cariño. Sí.

-Este año voy a ser mejor que nadie Papá. te lo prometo.

Su padre sonrió.

-Siempre lo eres hijo.
















1/30/2011

EL AUTOBÚS

Sentado allí en el autobús, hundido en su asiento parecía dormido aunque sus párpados no ocultaban sus miopes ojos.

Era ya tarde y fuera la oscuridad ya casi cubría las fachadas.

Las luces del autobús le daban a éste el aspecto de una sala de espera de cualquier viejo hospital. Asépticos fluorescentes blancos que proyectaban alrededor una impresión de suciedad. Haciendo parecer que todo lo que iluminaban estaba raído y desgastado. Convirtiendo los pasajeros en pacientes.

Así los veía él, pálidos, ojerosos, ellos creciendo unas ásperas barbas de varios días, ellas con el maquillaje corrido.
Así se veía él reflejado contra el cristal de la ventanilla. Recortado en carteles luminosos de diferentes colores: azules, rojos, amarillos que pasaban fugaces y de los que no podía leer los nombres.

Miró a la chica sentada justo enfrente suya. No pasaría de los treinta pero en sus ojos llevaba bastantes más años ya pasados pero sin haberlos podido vivir.

Pensó en su rutina. En todos esos días que su cerebro le obligaba a levantarse, coger aquel mismo autobús por más de una hora, trabajar por encima de las ocho horas que había firmado hace 15 años en un contrato y volver a permanecer allí sentado rodeado de los mismos extraños cada día. Hasta llegar a casa, cenar sin más compañía que una vieja televisión y acostarse en su fría y vacía cama. Y el día siguiente volver a hacer lo mismo pero sintiéndose un año más viejo.

Por su mente pasó al idea de no volver a hacerlo nunca más. De cambiar su vida para siempre y empezar algo que siempre hubiera deseado hacer. Pero no pudo encontrar ese anhelo escondido en alguna parte de su memoria.

Su parada se acercaba y su deseo de dar un golpe en la mesa del presente y hallar algo con que realmente llenar su vida le quemaba.

Pero ahí seguía su pensamiento como él vacío.

El autobús frenó. La puerta se abrió dejando entrar el gélido aire que soplaba desde el río. Al final de la calle se podía ver su edificio.

Recitó en su interior un mantra intentando abrir otra imaginaria puerta en su vida y dejar que aquel gélido viento arrastrara consigo el vacío que pesaba como si cada minuto malgastado en su vida se hubiera convertido en una lápida colgando de su cuello.

"Debo de hacer algo. Cambiar mi vida, que no sea como un barco a la deriva empujado por corrientes desconocidas" Repetía para si mismo.

La puerta se cerró. Y el autobús arrancó con un apagado estertor. Mientras él seguía allí sentado, mirando al vacío sin poder pensar ya en nada. Había perdido.

Lo carteles de las calles se reflejaban en sus gafas uno tras otro, acompañados de frenazos y arrancadas que se sucedían cada vez con menor frecuencia. Las caras sentadas enfrente también cambiaban, aunque siempre con la misma expresión de cansancio y hastío reflejada en ellas.

Las luces de la ciudad se hicieron más pobres y las farolas no cruzaban ante sus ojos con el mismo ritmo frenético de antes. Las hileras de edificios tenían más huecos en ellas, como dentaduras de viejas sierras ya inútiles. Hasta que ya no hubo más edificios.Ni mas paradas.

Pero él seguía allí sentado buscando aquel destello de esperanza que le hiciera bajarse de aquel autobús.