2/16/2011

CINCO LETRAS

Dejó de teclear y miró la pantalla que brillaba ante sus ojos. Allí estaba escrito todo lo que siempre le había querido decir : su nostalgia del tiempo pasado, los sentimientos que creía muertos y aún permanecían en algún lugar bajo su piel, filtrándose a veces a traves de sus poros y empapándole durante unos segundos antes de evaporarse sin dejar rastro de aroma alguno; y también su presente, el suyo y el de él; y quizás su futuro, el de ellos.

Volvió a releer el texto.Lo había hecho cientos de veces, y escrito y rescrito otras tantas decenas de ellas. Está vez estaba
perfecto. Todo estaba allí, sin sobrar ni faltar ninguna palabra, ninguna letra, ningún signo de puntuación, exclamación, o interrogación. Sólo quedaba por escribir la última frase, aquella que ya había elegido incluso antes de empezar a escribir la primera línea.


Estiró los dedos, y éstos respondieron con un suave chasquido. Volvió a pulsar el teclado, suavemente, como la frase requería. Una, dos, tres, cuatro, cinco, seis veces... Pero está sexta vez ninguna letra se unió a las cinco que aparecían ya escritas en la pantalla. Presionó la tecla otra vez, nada sucedió. Y otra vez, pero esta vez con más fuerza. Pero a la"u" no siguió ninguna "i". Lo intentó con más fuerza aún, nada. Se detuvo un momento buscando el aliento que le abandonaba, y continuación golpeó las teclas con furia, sin pausa; el ritmo se volvió frenético, convirtiéndose en un indiscriminado martilleo de teclas al azar, sin sentido ni palabras verdaderas. Allí, en su mente, estaba la frase que tanto tiempo había guardado para este momento. Sólo allí, en su mente. Un ridículo "Te qu" era la única respuesta del ordenador a todo aquel sublime sentimiento.

El Mundo se detuvo y una oleada de frustración le inundó dejándole inmóvil frente al teclado hundida en su silla. Su corazón todavía latía con el salvaje ritmo de la desesperación, y podía oler el sudor que se filtraba por sus poros . Tras unos minutos flotando a la deriva en aquel vacío, se enderezó, y ya más calmada intentó encontrar una solución. Pensó en usar alguna abreviatura, y ganar el suficiente espacio para concluir su frase. Pero eso no iba con ella, seguía prefiriendo escribir las palabras completas, la sensación de que el mensaje perdería todo su significado si lo despojaba de alguna de sus letras le aterraba.

Por fin sus dedos volvieron a afanarse sobre el teclado. Primero borrando el aborto de aquella frase que
tantas veces había escrito en sus sueños, y luego escribiendo una nueva, que para muchos está tenía el mismo significado o incluso expresaba con mayor intensidad el sentimiento que le poseía; aunque para ella sólo su frase lo podía reflejar en toda su dimensión. Las cinco primeras pulsaciones se reflejaron en la pantalla, respiró profundamente y pulsó la "o". Pero detrás de "te am" todavía seguía habiendo un vacío. Está vez, no dejó que la desesperación le cegase. Debía haber una explicación lógica para aquello. Revisó la pantalla en busca de un mensaje del sistema. Allí, en una esquina estaba: " Ha alcanzado el número máximo de caracteres del mensaje".

Miró perpleja a aquel cuadrado. Sólo tenía cinco letras para expresar todo el sentimiento que había permanecido latente durante todos aquellos años en su interior. Pensó en revisar una vez más el texto, pero sabía de antemano que no podía quitar una letra sin que todo él perdiera su sentido por completo y se convirtiera en un esfuerzo inútil. También sabía que nunca encontraría una combinación de cinco letras que no sólo completará sus sentimientos sino que les diera su real sentido.

Sus manos estaban ahora frías, como las de un cadáver. Las acercó nuevamente al teclado y sus yemas se quemaron durante cinco ligeros roces; entonces borró todo lo que estaba escrito anteriormente y pulso una última tecla. En la pantalla ahora podía leer "mensaje enviado".

En su bandeja de mensajes de entrada destellaba un nuevo mensaje recibido; era de ella. Quizás fuera el mensaje que había estado esperando durante todos esos años. Lo abrió con ansiedad. Sólo cinco letras ocupaban la pantalla. Una palabra que comprendía todo su futuro.

"Adios"

2/13/2011

MI FANTASMA


Todas la noches debajo de mi cama
Todavía miro
Antes de envolverme
en mis mantas con alivio.
Cuando el suelo de madera crepita
En el sofá me hago un ovillo, y
Recorre mi espina un escalofrío. Miro
De donde el ruido vino,
Pero mi mirada sólo encuentra vacío.
Cierro la puerta con cien pestillos
Pero el aire por las rendijas se cuela, y
Ninguna figura surge desde el suelo frío.
Abro los armarios con sigilo,
Y tras un segundo,
las amenazantes siluetas que lo habitan
vuelven a ser sólo abrigos.
Todavía creo en fantasmas,
Como cuando era un niño.
Mi ilusión era encontrar uno
Para que fuera mi amigo.
Y deslizarle una manta bajo mi cama,
Y que se probara mis abrigos,
Sentarnos en el sofá a leer un libro
Y juntos ponerle burlete a la puerta
Para que no entrase más frío.
Pero sobre todo,
Sobre todo
Que no se asuste cada vez
Que se encuentra conmigo.

2/02/2011

SANTA CLAUS


Hacía frío, mucho frío. Ese frío seco de los días de impolutos cielos azules y perezosos soles que se despiertan tarde y acuestan pronto sin elevarse demasiado en el horizonte como esperando el momento de volver a desaparecer.



Sus cortos pasos se sucedían rápidos y su mano, enfundada en un guante de lana lleno de colores, se aferraba a la de su madre cubierta por uno de fino cuero negro .

En las aceras los bordes estaban todavía cubiertos por la nieve convertida en un gris y sucio hielo. El centro de las mismas estaba ya limpio, aunque aún alguna pequeña placa de hielo había sobrevivido a las palas de los operarios del ayuntamiento y de los porteros de las edificios.

La Navidad hacía dos semanas que había acabado y las vacaciones, visitas familiares y regalos ya quedaban lejos o dormían guardados en los cajones.

Hoy era domingo. y como todas las tardes de los domingos habían ido a visitar a su tía Helen en Staten Island. La noche les había sorprendido y tras abandonar el metro les quedaban por caminar los escasos doscientos metros hasta el portal de su casa. Aún en esta pequeña distancia el frío era capaz de congelar dedos, orejas o cualquier otro miembro del cuerpo no suficientemente cubierto dejándolo dolorido y de un color rojo intenso .

-Mira Mamá.

Estas dos palabras salieron de su boca acompañadas por la nube de vapor en que su cálido aliento se había convertido. Con su mano libre señalaba hacía un lado de la acera mientras que con la otra intentaba frenar a su madre. Ésta trató de seguir con su paso, pero los cada vez más cortos pasos de él le obligaron a frenarse.

-Mira Mamá. Mira eso.

Repitió otra vez él, ya parado en medio de la acera. Su cara oculta por otra nube de vapor. Su dedo índice rojo, blanco y azul señalando hacía el puesto de perritos calientes y hamburguesas de Louis.

-Sí hijo. Ya veo, es Louis.

A veces se paraban allí para comprar unos perritos al volver del parque de jugar. Pero no en días como éste.

-No Mamá - insistió él -Al lado Mamá. Mira es Santa Claus.

Su madre, ya totalmente parada miró hacía donde el diminuto dedo multicolor apuntaba y vislumbró un figura humana vestida de rojo y blanco. Él tiro de su mano para reanudar el paso y acercarse más. Ahora estaba más claro. No había lugar a dudas. Allí, alumbrado por la luz de la farola y los fluorescentes del puesto de Louis estaba Santa Claus. Mejor dicho, una figura de él a tamaño humano. Pero algo extraño perturbaba lo que debería ser una imagen familiar. Al principio ella no acertaba a decir que era lo que no encajaba en aquella visión.

- Mamá. Santa Claus no tiene cabeza. Alguien se la ha cortado.

Estaba en lo cierto. Santa estaba allí, con su pose tradicional pero su cabeza no estaba sobre sus hombros. Tras una rápida ojeada tampoco pudo descubrirla en el suelo cerca de él.

-Mamá. Qué le ha pasado a Santa? Está muerto? Ya no tendré más regalos?

Ahora la nube que salía de su boca se había convertido en una tormenta.

-Tranquilo cariño. Nadie puede matar a Santa. Habrá sido sólo un accidente.

-Pero Mamá. Sin cabeza no podrá leer mi carta y no sabrá que he pedido. Tampoco podrá encontrar mi calcetín para poner los regalos dentro.

Ahora unas lágrimas a punto de congelarse caían desde aquellas nubes.

-Tranquilo amor. Alguien la encontrará y se la devolverá.

Dijo ella intentando de calmar aquel temporal.

-Pero necesitará un médico que le cure Mamá. Podemos llevarle a casa y Papá podrá hacerlo. Él es médico, no? Él puede.

Ella intentó buscar una escapatoria y evitar tener que cargarse con aquella figura.

-Pero si lo subimos a casa nadie sabrá donde está y donde devolverle su cabeza. Mejor aquí en la calle que todo el mundo puede verle.

-Podemos poner un cartel en la farola. Mejor en todas las farolas del barrio. Diciendo que quien la encuentre nos llame. Como hizo tía Helen cuando Dogdoc se escapó. Y también decirle a Louis que si ve a alguien con la cabeza se la pida y nos la dé.

Su cara ahora era un claro en medio de la tormenta. Aquellos ojos no iban a aceptar un no por respuesta.

Ella agarró la figura y tras decirle a Louis que si veía alguien con la cabeza de Santa se la pidiera y la guardara para ellos.

Louis al principio no entendió nada de lo que le decía. Pero al ver la figura que ella arrastraba y la cara del niño sonrío y afirmó que así lo haría.

El portero les abrió la puerta a los tres y se ofreció a llevar al decapitado invitado hasta el ascensor. Se cerró la puerta del mismo y allí se quedaron los tres. En silencio. Mirando ellos dos los números de los pisos iluminarse conforme subían.

Abrieron la puerta y alguien saludó desde el fondo del apartamento.

-Hola Chris - contestó ella.

-Te hemos traído un paciente.

-Perdona cariño. Qué dices? - contestó él.

--Qué hemos traído a Santa Claus para que lo cures Papá - gritó el niño con ansiedad.

El padre apareció por la puerta del salón. Sus ojos se abrieron como platos. Pero antes de que pudiera articular palabra el niño empezó a decir.

-Alguien ha quitado la cabeza a Santa Claus y lo hemos traído para que lo cures. Cuándo la encontremos se la volverás a poner Papá, no?

El padre fue a decir algo. Pero se arrepintió. Y en vez de lo que había pensado suavemente dijo.

-Sí hijo. Cuando tengamos la cabeza le curaré.

-Mamá vamos a hacer los carteles para poner en la calle.

Unas miradas de resignación se cruzaron entre los padres. Ella encogió los hombros en señal de rendición.

-Vale. Vamos a hacerlo al ordenador de tu habitación.

Habían pasado ya tres días sin noticias de la cabeza perdida. Al volver del colegio el niño siempre preguntaba por ella y después de oír una negativa iba a su habitación a montar guardia desde su ventana por si alguien pasaba con ella. No fuera que Louis no lo viera.

Era jueves y ese día tras la escuela él tenía sus clases de natación. Eran las siete y media y al entrar al salón preguntó por la cabeza, su padre sonrió.

- Cariño. Hoy ha venido una señora que la había encontrado. No había visto todavía los carteles y la tenía guardada en casa. Por eso no había venido antes.

La emoción y ansiedad casi no le dejaron acabara su padre la última frase.

-Y dónde está? Se las has puesto ya Papá?

-Sí. Ya se la he puesto...

No pudo decir más. El niño salió corriendo hacia su habitación.

Un grito de angustia llegó desde la misma.

-Papá. Santa no está aquí. Dónde está? - dijo llorando

- Se ha ido hijo. Cuando le puse la cabeza y le curé me preguntó qué día era, se lo dije y se asustó. Me dijo que tenía que volver a su cabaña para dar de comer a los renos y empezar a preparar los regalos para el año que viene que sino no acabaría a tiempo. Eso sí, me dio las gracias por curarle y cuando le conté que tú le habías encontrado y traído a casa me dijo que te diera muchísimas gracias también a ti. Que te estaba realmente agradecido y que la próxima Navidad tendrías unos regalos muy buenos. Eso sí, siempre que te portaras bien.

El niño se quedó congelado por un momento. Sin saber si llorar porque se había ido Santa o gritar de alegría ante la esperanza de sus próximos regalos. Finalmente tartamudeando acertó a decir.

-De verdad dijo eso Papá? Que voy a tener muy buenos regalos?

-Sí cariño. Sí.

-Este año voy a ser mejor que nadie Papá. te lo prometo.

Su padre sonrió.

-Siempre lo eres hijo.