12/03/2010

TORERO

Hoy era domingo. Tocaba día de limpieza en casa. Todos los domingos tocaba una tarea diferente que estaba apuntada en una hoja fijada en la puerta del frigorífico con un viejo imán de Wendy's. La hoja la hacía mi madre a finales de diciembre y abarcaba todos los domingos del siguiente año menos Thanksgiving, cuando íbamos a visitar a los abuelos maternos en Minessota y dos fines de semana en julio que los pasábamos en una cabaña en los Fingers, donde siempre alquilábamos la misma cabaña como hacían todos nuestros vecinos de esas dos semanas.

- "Hoy toca limpiar y ordenar los armarios del ático. Ya conocéis las normas. Nada de guardar cosas inútiles ni rotas, ni que no se hayan usado en los últimos dos años. Necesitamos sitio para guardar cosas nuevas. Hacedlo vosotros dos mientras yo voy a la compra. Ok? Hasta luego"


- "Vale Mamá, no te preocupes. Pondremos todo lo que no sirva en bolsas y luego lo prepararemos para llevar a la parroquia. Hasta luego".

Este era uno de mis tareas preferidas de todos los domingos del año. Siempre tocaba justo después de Thanksgiving y era uno de los anuncios de la Navidad que se avecinaba, como ir a dar la carta a Santa en Macy's o ver el pino en Rockefeller Center y comprar cupcakes en Magnolia en el camino de vuelta a casa. Además adoraba pasar horas en el ático, abriendo aquellos armarios, trepar a la escalera para poder alcanzar las cajas, abrirlas y volver a encontrar otra vez mis juguetes, muñecas, libros que ya casi habían caído en el olvido sustituidos por otros más nuevos. Aunque había momentos tristes también, al volver a ver esas muñecas ya viejas y ajadas que nunca más volverían a ser mis compañeras de confidencias tras dos años en el fondo de una caja. Pero siempre quedaba la alegría de pensar que en la parroquia se las regalarían a alguna otra niña que les volvería a susurrar al oído sus secretos y dándoles así vida otra vez.

- "Vete subiendo Layla, mientras yo voy a buscar la escalera al sótano" me dijo mi padre tras besar a mi madre mientras se despedían.

Se oyó el timbre. Era Brad, el vecino de la casa al otro lado de la calle. Como casi todos los meses pasaba un domingo para pedir el cortacésped. El suyo se le había estropeado hace casi dos años al poco de morir su mujer, Judy, y siempre aseguraba que era la última vez que nos pedía el nuestro, pero siempre volvía. Mi padre decía que no compraba uno nuevo más por tener una excusa para cruzar la calle y olvidar su soledad y hablar con alguien que porque se le olvidara siempre comprar uno.

-"Cariño, vete empezando con la parte de abajo de los armarios mientras le doy a Brad el cortacésped. Luego haré yo el resto con la escalera".

En su voz el tono era más dulce todavía que de costumbre. Era como un preámbulo de la larga charla que le esperaba con Brad y que nunca trataba de rehuir ni acortar.

Tras saludar a voz en grito a Brad subí en el ático. Allí estaban todos los armarios esperándome. Normalmente mi padre empezaba por los de la derecha, donde él acostumbraba a guardar sus cosas y yo por la izquierda, donde estaban las mías. Mi madre se bastaba con el armario y cajoneras de su habitación para mantener todas sus pertenencias tan ordenadas y guardadas, como la cocina y el resto de la casa.

Y allí me sumergí en mis cosas. A veces la decisión era fácil, otras el recuerdo y el presente luchaban mientras sujetaba el libro o juguete con los brazos estirados, como si alejarlo de mí la corta largura de ellos me empapara del salomónico atributo de la justicia. Cosas indultadas hace un año, éste emprenderían su destierro hacia la parroquia y otras dormirían en la oscuridad otro año más por lo manos. Algunas de ellas ocultadas de la revisión que haría mi madre cualquier día para ver si habíamos cumplido sus estrictas normas.

Cuando acabé mi parte todavía se podía escuchar el murmullo de la conversación subiendo desde la cocina y por el tono no parecía que fuera a terminar demasiado pronto. Así que me puse manos a la obra con la parte que correspondía a mi padre. Siempre le ayudaba a acabar la última parte de su armario, la más cerca a la mía. Parecía que siempre las primeras puertas se le resistían, que los objetos allí guardados necesitaban una larga inspección, aunque siempre había alguna bolsa o caja que a veces ni era abierta ni sacada del fondo del armario antes de seguir en su reposo.

Empecé por las puertas más cercanas al mío y como casi siempre estaba llenas de gorras, bermudas, bañadores, camisas floreadas o sandalias compradas en las rebajas después del verano y que se acumulaban allí hasta que el sol volviera. Muchas veces se mezclaban con las de años anteriores y había que decidir cuales estarían menos pasadas de moda el próximo estío, o todavía no tenían demasiadas manchas de las salsas de las barbacoas veraniegas.

La tarea no era difícil, las normas de mi madre era bastante claras y cuando mi padre y yo lo hacíamos juntos siempre sabíamos a que atenernos. Además mi padre no tenía demasiadas cosas nuevas cada año. Así que no me tomó mucho tiempo acabar con esas primeras puertas.

Tenía sed y bajé a la cocina, en el camino todavía se podía oír la conversación que manaba desde ella, aunque esta vez un poco más muerta.

-"Hola papá. Ya he acabado casi con todo el armario. Sólo me falta la última puerta del tuyo. Pero tanto trabajar me ha dado sed. Me cojo una soda y vuelvo y acabo"

-"Mejor que me vaya. Sino no me va a dar tiempo acabar de cortad el césped antes de que anochezca" Dijo Brad mirando a su reloj un poco avergonzado.

-"Te acompaño al garage a cogerlo Brad y subo a ayudarte hija. Será un segundo" Contestó mi padre.

Con mi soda en la mano me despedí de Brab y subí de vuelta las escaleras hasta el ático para seguir con mi tarea. Mi padre y él se quedarían aún un rato hablando y yo mientras seguro habría acabado con la parte de abajo del armario y podría llamar a Beth y quedar para ir al parque a jugar en uno de lo últimos días en los que aún el sol brillaba y el frío no era lo tan intenso como para que nuestras manos, narices, orejas o cualquier parte de nuestro cuerpo no cubierta doliera al cabo de 10 minutos.

Abrí la última puerta. No había mucho guardado allí. Un par de cajas grandes, que ya sabía que contenían viejas revistas de viajes que mi padre guardaba desde antes de casarse, cuando gastaba sus veranos viajando alrededor del Mundo y que estaban indultadas de por vida, y una bolsa de basura de plástico negro al fondo en una esquina, mal colocada. Como si alguien la hubiera tirado allí con prisa y luego hubiera cerrado la puerta rápidamente para que no cayera fuera. Sabía que si eran cosas de mi padre, el indulto estaba asegurado, pero aún así la abrí para asegurarme.

-" Hola cariño. Ya has acabado? ". La voz de mi padre sonó a mi espalda.

Me volví con una especie de capa de extraños colores en mi mano que había sacado de la bolsa.

-"Sí papá, sólo me falta esta bolsa. Es esto tuyo? No lo había visto nunca. Qué es esta capa rosa y amarilla?".

Mi padre sonrió al reconocerla.

-"Guárdala antes de que mamá la vea". Dijo con dulzura.

-"Vale papá. pero cuéntame qué es". Le dije mientras la metía otra vez en la bolsa y la depositaba otra vez en el armario justo encima de las dos cajas de revistas.

Mi padre abrió con calma la escalera que traía en su manos y se sentó en el cuarto escalón y juntando las manos su habitual suave voz , incluso cuando me reprendía por algo, empezó a contar una vieja historia. Incluso de antes de casarse con mi madre. Un viaje a España todo un verano. Como fue a ver una corrida de toros a Las Ventas en Madrid, hizo amistad con sus compañeros de asiento y tras irse luego a tomar unos vinos y a un tablado flamenco, estos le invitaron a las fiestas de su pueblo, un pequeño pueblo en el norte del país llamado Falces. Como tras una odisea de viejos trenes y autobuses llegó allí y le alojaron en su casa. Días de comer mucho, beber vino, pasear una estatua de la Virgen por las calles de la ciudad y sobre todo vacas. Ellos llamaban vacas a aquello que a mi me parecían toros. De como un día bajo los efectos de un poco de vino, él lo dijo así, y de los gritos de ánimo de la gente al final había salido a enfrentarse de aquellos gigantescos animales salvajes con aquel trozo de tela que ahora dormía en el armario. Y que tras un mal remedo de lo que había visto aquella tarde de verano en Las Ventas había sido atropellado por uno de aquellos tranvías con cuernos y después entre "olés" de la multitud y gritos de " viva el Americano" fue paseado a hombros de los lugareños por el pueblo parando en cada tasca a beber más vino. Al día siguiente se levantó envuelto en aquella extraña capa con dolores por todo el cuerpo, pero sobre todo de cabeza. Aquel había sido el último día en aquel pueblo, esa mañana cogió un autobús que le llevó a una ciudad y de allí otro que le llevó a Barcelona donde pasó una semana recuperándose de los golpes entre baños en el mar, entre miradas de la gente que se sorprendía de los extraños colores morados y amarillos de su piel. Desde allí volvió a América sin volver nunca a saber de aquel pueblo ni de sus amigos. Aunque se trajo como recuerdo aquella pieza de tela que le habían regalado aquellos como reconocimiento a su valor.

- "Ellos le llaman capote y lo usan para llamar al toro y engañarle después para que no les atropelle".

-" Y tú sabes cómo usarlo papá?" Le pregunté con admiración.

-" Claro que sí hija" Su tono de voz intentó ser convincente.

-"Me enseñarás algún día papá? Yo podría hacer de toro y perseguirte por el parque"

-" Vamos a acabar con el armario y si acabamos antes de que tu madre vuelva nos vamos a Riverside Park y te enseño. Pero no se lo cuentes a tu madre. La historia nunca le gustó y me hizo prometerle que tiraría el capote para que nunca volviera a intentarlo. El otro día estaba buscando otra cosa en el armario y casi me pilla con la bolsa en la mano. Por eso estaba a la vista"

Nos pusimos manos a la obra y con la ilusión de ir al parque a aprender a ser una torera acabamos en un santiamén.

Al cerrar la última puerta todavía mi madre no había llegado. Posiblemente había pasado a saludar a su hermana pensando que nos llevaría más tiempo ordenar el ático y no quería llegar hasta que todo no estuviera en su sitio y las bolsas de cosas para la parroquia en el maletero del coche.

Con ojos implorantes le recordé a mi padre sus palabras. Él cogió el teléfono y llamó a mi madre para decirle que si iba a tardar mucho todavía nos íbamos al parque a respirar un poco de aire fresco. A mi madre le pareció una buena idea, así podría estar más tiempo con su hermana quejándose de que me iba haciendo mayor y ya no le hacía caso y de que mi padre tenía el garaje lleno de herramientas por el suelo para luego acabar no arreglando nada.

Mi padre cogió la bolsa y nos fuimos al parque. Allí abrió la bolsa y sacó el colorido capote además de un chaleco verde de fieltro y una boina que se había comprado en aquel viaje.

Me llevé las manos a mi cabeza y con mis dedos índices simulé unos cuernos y empecé a correr hacia él imitando un mugido. Él con su capote enfrente me intentaba esquivar, aunque a veces conseguía cornearle entre risas e hipos.

Al cabo de media hora ya no podía correr y tras alcanzarle una vez más me tiré en la hierba y simulé estar muerta, aunque mi risa me delataba.

-"Papá, me has matado. Has ganado".

El tras dar unos pases al aire con el capote lo guardó en la bolsa otra vez y se sentó a mi lado.

Haciendo un gesto con la cabeza me señaló una pareja que se había parado y nos estaba mirando con cara de extrañeza.

-"Deben pensar que estamos locos".

-"Eva, has visto aquel padre y su hija. Parece que tiene un capote y están haciendo como que torean. De donde lo habrán sacado?".

En ese momento sonó el teléfono. Era mamá, ya estaba en casa y había preparado algo para cenar ya. Nos levantamos y empezamos a caminar hacia casa. La pareja continuó su camino parque arriba.

-"Cuando lleguemos a casa entra en casa primero y entretén a tu madre mientras yo subo y escondo la bolsa otra vez"

-"Vale papá. Pero volveremos a jugar algún otro día y ese día yo haré de torero vale?
Prometo guardarte el secreto".

-"No sé. Creo que estoy un poco mayor para hacer de toro".

-'No papá. Todavía eres joven". Mentí.








11/24/2010

ELLOS

Me cruzo con ellos a menudo cuando voy a pasear por Riverside Park.

Ella no habrá cumplido los siete años todavía. Él ya habrá superado la sestena.

Ella siempre recostada en una silla con su cuerpo retorcido como si aún estuviera buscando su forma verdadera, con su mirada traspasando los árboles del parque, el río, los acantilados que se alzan en la otra orilla. Traspasándome a mí.

Él a veces jadeando mientras empuja la sillita por las empinadas cuestas del parque, a veces afanándose torpemente con sus gruesos dedos entre las teclas de su móvil, posando su mirada en los árboles del parque, el río, los acantilados. En mí.

Son como dos polos opuestos. Él con un largo camino lleno de vivencias ya recorrido combando sus espaldas y ella con una corta y vacía existencia cargando en su todavía tierna y sinuosa espina.

Pero como todos los polos opuestos se atraen cuando se enfrentan. Entonces la infantil boca dibuja una sonrisa, surgida quién sabe donde o por que, mientras en los otros labios se marcan más por unos segundos las arrugas que los rodean.

11/18/2010

SUSAN VEGA























El enterarnos fue una casualidad. Eva estaba buscando información en internet por su trabajo y se topó con ello de casualidad.

Susan Vega en concierto.

A partir de ahí todo lo demás que rodeaba al evento era extraño. Empezando por el sitio, el café de una tienda de libros de segunda mano. Bueno en realidad no es un negocio de venta de libros al uso, pertenece a una asociación de ayuda a personas enfermas de SIDA y los libros son donaciones. Así que sólo había 200 entradas, y te avisaban de que garantizaban el acceso el local pero no un asiento. Bueno en realidad tampoco había entradas al uso, te ponían en una lista con el número de personas que ibas y ya está. Para alguien acostumbrado a otras sistemas parecía raro cuando menos por no llamarlo sospechoso. Pero bueno compramos dos entradas y ya se vería.

Tras unas semanas de bromas y dudas llegó el día. Tras una paseo por Central Park y el Upper East tocó metro hasta el East Village y a buscar el sitio, por suerte la parada de metro estaba a escasos 100 metros de la librería, la cual era fácil de descubrir porque ya había gente haciendo cola a la entrada. Al menos no íbamos a ser los únicos pardillos. Gente mayor mayoritariamente, o quizás no me acordaba de que han pasado bastantes años desde que oí por primera vez a Susan Vega y me marcó para siempre con Luka.

Tras una espera más larga de lo que debiera haber sido por el frío que hacía y amenizada entre bromas sobre lo que nos esperaba, por fin entramos. Un par de chicas a la entrada sentadas enfrente de unas mesitas chequeaban sin mucha atención en una lista que nuestro nombre estuviera escrito en ella. Una vez dentro el sitio era increíble, como una biblioteca vieja con sus estanterías y escaleras de caracol de madera para acceder a los pisos superiores, su pequeño bar y sus viejas sillas organizadas de la mejor manera posible alrededor de un pequeño escenario. Conseguimos sentarnos pero la imagen que nos rodeaba era increíble, gente buscando huecos inverosímiles para tener la mejor localidad. Pero el más afortunado fue hombre sentado en lo alto de la escalera con ruedas anclada a una estantería, sobresaliendo por encima de todos.

Tras las presentaciones de rigor empezó a cantar una invitada,Dawn Landes. Una cantautora folk con ese aire melancólico y de muñeca de porcelana virginal que se estila ahora. Empezó sola con su guitarra para ir sumando un teclista con un piano que podía haber salido de un decorado de "María Antonieta" de Sofía Coppola sino fuera por todas las aplicacíones electrónicas que llevaba incrustadas, y un par de voces femeninas a los coros todavía con aspecto más virginal y etéreo que a pesar de que una de ellas extraía aullidos y lamentos a una armónica. Una voz maravillosa y canciones con una mezcla de folk y pop delicioso.

Por fin llegó el turno de Susan Vega, acompañada de un guitarra sexagenario, hermano gemelo de la estrella de rock de "Love actually". Ella tampoco mucho más joven de aspecto pero con la voz que siempre me cautivó. Y empezó el concierto, buenas canciones con un sonido inmejorable que parecía increíble para aquel lugar. Siempre presentando las canciones con pequeñas historias llenas de humor, como la del funeral del gato de su madre, y su cremación en una barca en llamas en el East River. Así durante más de una hora para acabar con Luka y Tom's Dinner, que por cierto el sitio se encuentra a 100 metros de mi casa. Gran concierto lejos de aquellos en grandes e impersonales estadios.

Luego cena y a casa botando en el coche en uno tras otro de los baches de esta ciudad.

Mereció la pena el riesgo.


MI JARDÍN


Siempre que me asomo a la ventana está ahí. Siempre. Apenas perceptible pero siempre hay algo diferente.

Podía llamarlo jardín. Pero quizás ni tan siquiera merezca ese honor.

Está en el cruce de mi calle y Claremont Avenue, que se bifurca al encontrarse con la 116 formando un pequeño triángulo entre las dos calles. Y la mayor parte de ese triángulo pertenece a "mi jardín". El resto es un pequeño espacio de acera triste apenas transitada.

No hay en él ni bancos con niños y abuelos, ni fuentes con musicales sonidos ni estatuas de héroes gloriosos, nada más que una decena escasa de pequeños árboles y un par de arbustos mal agrupados. Todo parece plantado sin demasiado cuidado. Puede que al plantarlos siguieran algún patrón preestablecido, pero visto desde la altura de mi ventana uno tiene la sensación de que los árboles decidieron apartarse levemente de los deseos del jardinero y buscar su propio orden.

En este fin de otoño todavía me despiertan a las mañanas sus hojas matizadas en una paleta de ocres y rojos. Aunque cada vez más escasas, escapando a veces en remolinos los días de fuertes vientos o dibujando bellos contrastes los días de lluvia incrustadas en el negro asfalto de la carretera.

Pronto ya no sobresaldrá "mi jardín" del gris sucio de los edificios que lo rodean y la nieve lo fundirá en un manto con el resto de Claremont Avenue.Pero yo me seguiré despertando todas las mañanas mientras lo miro sin apenas poder abrir mis ojos todavía, con la esperanza de ver asomar el primer brote cuando la nieve se funda y el sol al ponerse tras la silueta de New Jersey caliente con sus rayos este mi pequeño Edén.

11/01/2010

JOHN COUGAR MELLENCAMP

Sonaban lejanos los últimos acordes de una canción de REM mientras bajaba las escaleras. Quizás fuera "Everybody hurts", no me dio tiempo a reconocerlos.

Miré hacia la pantalla. Todavía quedaban 4 minutos para el siguiente tren dirección al centro.

Me senté en el banco y enseguida sonó otra canción. John Cougar Mellencamp, "Hard Times for an Honest Man". La verdad, no sonaba mal tampoco. Allí sólo, con una guitarra y sin que nadie le prestara demasiada atención.

Mientras, la chica sentada a mi lado empezó a buscar algo en su bolso. Sacó su cartera. No, no estaba allí. Continuó su búsqueda por los bolsillos del mismo. Parecía que tampoco allí. Finalmente hundió su mano derecha con decisión hasta el fondo del mismo como temiendo encontrar allí cualquier animal u objeto que le mordiera y sacó una amalgama de cosas que parecían llevar bastante tiempo allí perdidas sin que nadie les hubiera molestado en aquella oscuridad abisal.

Para entonces John Cougar había ya languidecido y Red Hot Chilli Peppers se mezclaba con el estruendo de las ruedas metálicas el deslizarse sobre las vías, el chirrido de frenos y el ruido de la gente chocándose al entrar o salir de los vagones.

Ella se levantó y sin sonreír le dio una tarjeta que había separado de algunos papeles de caramelos vacíos y pañuelos de papel usados.

- " Yo también canto y toco la guitarra"

Yo me acerqué y dejé también caer mi tarjeta en la funda de su guitarra. La foto no se parecía en nada a mí. Más bien a algún Presidente de los Estados Unidos.

10/19/2010

HUERFANOS

- Josh. Cómo se escribe absorber, con be o con uve?

- Creo que la primera con be y la segunda con uve.

- Estás seguro?

- Espera un momento voy a mirarlo en el diccionario.

- Puedo llamar a mamá? Ella seguro que lo sabe.

- No hace falta que le molestes. Van a ser sólo unos segundos... Ya está. Estaba equivocado, las dos son con be.

- Gracias Josh. Pero aún así voy a llamar a mamá. Puede que el diccionario esté equivocado.

- Ya te he dicho que no le molestes. Está enferma y si le llamas le despertarás y se pondrá peor. Y tú no querrás que eso suceda, no?

- No, claro Josh. pero es que le echo de menos.

- No pasa nada Danniel. Pronto se pondrá bien y podrás volver a casa con ella y preguntarle todas las palabras que quieras.

- Eso crees Josh... Puedo tomarme otro batido?

- Claro. y afila ese lápiz que ya casi no escribe.

- Me gustaría hacer la tarea como tú Josh. En un ordenador.

- Cuando seas mayor Danniel. De qué quieres el batido?

- De chocolate con mucho caramelo por encima...

EMOCIONES FUERTES

- Has llorado?

- Debería haberlo hecho?

- No lo sé. Todos no reaccionamos igual ante las mismas cosas, no?

- Y tú. Has llorado?

- No lo sé.

- Cómo no puedes saberlo?

- Tampoco lo sé. Eso estaba sucediendo y yo estaba allí. Pero tan absorbido que no podría decir nada de lo que ocurría alrededor o en mí aparte de ello.

- Yo sentía algo diferente. Pero no podría describírtelo...

- Una Coca-Cola?

- Sí gracias. Pero que sea light. Todo ha sido demasiado fuerte hoy.

- Es cierto.

10/08/2010

MALDITOS SUDOKUS

- Dónde irá el maldito siete?... No aquí no. Aquí tiene que ser un tres o un seis...
La 96. Quizás debería cambiar al tren rápido. Es igual, si me cambio no me dará tiempo de acabarlo antes de llegar casa.
Dónde estaba?...
Aquí sí que va el siete. Si no puede estar en esta casilla ni tampoco en esta otra y tiene que estar en esta línea... No, otra vez me he equivocado, dos sietes en el mismo cuadrado... Mierda.
Debería haber cambiado al rápido. Jane me está esperando y voy a llegar otra vez tarde.
Maldito sudoku, me va a costar mi relación......

- Quédate un poco más Mark. Jack llegará tarde como siempre.

- Hoy no puedo Jane. Son las 7 casi, me tengo que ir al periódico. Ya sabes tenemos que cerrar la edición de mañana antes de las nueve y todavía no he preparado ningún sudoku.

- Malditos sudokus Mark. No sabes como los odio.

El sonido era inconfundible. Sólo Jack introducía la llave en la cerradura con aquella cadencia casi ritual.



9/23/2010

TUMBADA EN UNA BANCO

Un ligero escalofrío recorrió su cuerpo. Todavía el sol brillaba en el cielo pero su calor no era el mismo que hacía unas semanas.

Eran las seis de la tarde y el atardecer se apuntaba con sus tonos rojizos. Aunque todavía se estaba bien allí, tumbada en el banco con las gafas de sol escondiendo sus ojos y Loui atado a la barra del respaldo. Mirando al cielo sin ver nada. Despreocupada de la gente que paseaba tan cerca de ella que si alargaba su brazo incluso les podría rozar.

Sólo de vez en cuando dejaba escapar una mirada fugaz hacía aquellas siluetas que flotaban a su alrededor, sobre todo si parecían guapos y con un buen cuerpo. Y si ellos se la devolvían, una sonrisa a la vez tímida y juguetona dibujaba una sensual linea uniendo sus hoyuelos.

Volvió a sentir otro escalofrío. Este lo conocía mejor. Contestó el teléfono.

- Hola Alma. Cómo estás?

-.........

-Cómo te fue el día?

-.........

- Yo aquí en el parque paseando a Loui .Aprovechando los últimos días de sol. Ya sabes......

-.........

-No, no creo que vaya esta noche he quedado con Mario.

Sus ojos abandonaron por un momento de mirar al cielo y otra sonrisa modeló su cara. Esta vez fue correspondida con otra.

Una pena seguir con Mario. Pensó.

Estos últimos días de verano eran los que ella más amaba. Cuando el sol haraganea al amanecer y sus rayos están llenos de tibieza y matices. Y al llegar el anochecer se desvanece con las prisas de los adolescentes acudiendo a sus primeras citas.

"Estás ahí?" Se oyó al otro lado de la línea.

- Sí Alma. Qué me decías?

9/16/2010

LA REINA DE LA 98

- Qué debería ponerme hoy?

- El vestido negro de seda? No. Es muy temprano y todavía no ha anochecido. Lo guardaré para salir de fiesta a la noche otro día.

- Quizás el de terciopelo verde? Hum,tampoco, Es agosto y hace demasiado calor. Mejor en otoño cuando su color contraste más con los tonos de las hojas marchitas en el parque.

- El rojo de lentejuelas? Lo puedo imaginar brillando bajo los rayos de sol. Como el sol sobre las aguas del Hudson al atardecer. Y la gente me mirará como lo que soy. La Reina de la 98. Sí, definitivamente sí. Me lo voy a poner.

La puerta sonó con fuerza al cerrarse tras ella y el sonido de sus tacones retumbó 147 veces contra los desnivelados escalones del viejo edificio sin ascensor.

Tres pasos más por el angosto y sucio portal y ya la calle y su luz cegadora del mediodía.

El sol rebotaba con dureza en las pocas pequeñas piezas de metal que todavía sobrevivían colgando del vestido. Mientras, ella se tambaleaba, intentando volver a recuperar algo de el esplendor que algún día tuvo entre sudor, perfume barato y rimel corrido.

- Ahí sale la loca de la 98 otra vez. Espero que no grite demasiado cuando vuelva borracha a la noche como de costumbre.

- Loca!!!. Dónde vas tan elegante hoy? A buscar novio?

Y el irregular eco de sus pasos se fue apagando entre risas burlonas.

TATUAJE

- Y cómo te gustaría?

- Por delante con un poco de tupé. Atrás una media melena y las patillas que lleguen hasta debajo de las orejas. Te parece bien?

- Sí por supuesto. Y color, cuál quieres?

- Negro. Bien negro. Algo que no se decoloré fácilmente.

- Te va a doler un poco.

- No importa. No quiero volver a ser calvo nunca.

- De acuerdo.

Intentó pensar en otra cosa mientras en zumbido se colaba en el interior de sus oídos y los golpes de la aguja retumbaban dentro su cabeza. Apretando los dientes pensó " Nunca ya nadie me volverá a llamar calvo"