Siempre lo encuentras solo.
A veces durmiendo en el suelo.
Otras en un banco tumbado.
O al sol en una valla.
Separado del hermano
que regresó a casa,
donde le espera en un rincón,
también olvidado.
Inútiles sin su compañero,
con el tiempo
una mano caritativa los arrojará
a una bolsa de basura,
entre mondaduras,
huesos roídos y
calcetines rotos.
Con el tiempo,
quizás el azar haga
que se reúnan en un vertedero,
y entrelacen sus dedos.
Y entonces busquen un maniquí abandonado
cuyas manos
les den vida otra vez.
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