1/17/2011

CORNER 52

- Nos vemos en el Corner 52 a las siete.
- De acuerdo. Nos vemos allí. No puedo esperar más para verte.
- Adiós. Te quiero.
- Yo también. Nos vemos a las siete. No llegues tarde por favor. No tenemos mucho tiempo.

Colgó el teléfono y tras cerrar la puerta empezó a bajar las escaleras.

- Cariño. Qué hacías en el dormitorio? Te he llamado y no contestabas.
- Nada. Organizar un poco mis cosas.
- Voy a salir de compras. Necesito una camisa nueva para el trabajo. Tú también deberías ir a comprarte unos vaqueros nuevos. Esos están un poco viejos.
- Igual lo hago.Yo también voy a salir. He quedado con Phil.
- Cenamos juntos en casa a las nueve ?
- Perfecto.

Ella cogió su pañuelo rojo del colgador junto a la puerta y tras besarle en la boca se fue.
Él se quedó mirando la puerta por unos segundos con expresión vacía. Y tras sacudir la cabeza como si despertara de un sueño salió a la calle.

Las agujas marcaban las siete en su reloj. Él entró en al Corner 52 con paso decidido. El bar no era gran cosa, pequeño y con aspecto de haber tenido mejores tiempos. Tampoco estaba muy concurrido. Los pocos clientes que había estaban sentados en desvencijadas banquetas mirando al frente sin hablar entre ellos. Cuatro hombres y una mujer, además de un camarero que sacaba brillo a las botellas con un paño raído.

Ella le miró como quien mira a un extraño por primera vez, repasándole de arriba a abajo. Pero no pareció quedar muy impresionada por la vista y volvió a girar su cabeza al frente para posar su vista en las estanterías de botellas impolutas.

Él también la observó por un momento. Tampoco con mucho interés y después se sentó en una banqueta libre entre ella y otro cliente que miraba su vaso como buscando en el fondo del mismo las horas de su vida perdidas en aquel lugar. El resto de los clientes apenas se molestaron en prestarle atención, su principal interés era una vieja televisión donde alguien corría mientras botaba un balón.

Pidió una cerveza y tras pagarla se quedó mirando como la espuma desaparecía de la superficie. Cuando ya no quedaba ninguna burbuja bebió un largo trago y posó también su mirada en la pantalla. Ahora las imágenes reflejaban varios jóvenes altos y fuertes saltando y peleando por aquel mismo balón.

Permaneció allí por un rato dejando vagar su mirada entre las inmaculadas botellas, la espuma de sus cuatro cervezas y las tres únicas personas que entraron en el local durante ese tiempo. Miró el reloj, eran las ocho y media. Acabó su última cerveza, se levantó de la banqueta y empezó a dirigirse hacia la puerta. La mujer que todavía estaba allí fue la única que se volvió a mirarle aunque con una expresión muerta que pasó a través de él como si fuera una de las botellas que el barman abrillantaba.

Abrió la puerta de su casa. Desde la cocina llegaba un aroma a ternera estofada acompañado por el sonido metálico de cazuelas.

- Hola cariño. Ya has vuelto? Has encontrado una camisa que te gustase?
- No. Tampoco había muchas cosas en la tienda... Tú qué tal con Phil? Qué contaba?
- Ya sabes. Siempre las mismas historias del trabajo. La cena estará en quince minutos.
- Subo al dormitorio me cambio y te ayudo a acabar de prepararla y poner la mesa.
- Tranquila, casi he acabado.

Ella subió las escaleras mientras se quitaba soltaba el nudo del pañuelo. Entró en la habitación y descolgó el teléfono. Él hizo lo mismo al otro lado de la línea.

- Hola.
Su voz sonaba suave y relajada con un toque sensual.

- Hola.
La de él un poco nerviosa y preocupada.

- Fue maravilloso ir al Corner 52 y que estuvieras allí. Esos viejos vaqueros te quedaban muy bien.
- Tú estabas preciosa con tu pañuelo rojo.
- Gracias. Eres muy amable...
- Lo siento, te tengo que dejar, tengo el estofado en el fuego y se me va a quemar.
- Tranquilo ahora bajo.
- Te quiero.
- Yo también te quiero.

Bajó las escaleras y entró en la cocina. Abrió un armario y sacó los platos y los puso sobre la mesa. Se dio la vuelta para coger los vasos.

Él estaba allí mirándole fijamente a los ojos. La mirada de ella le traspasó, pero está vez llena de vida y deseo.

Se quedaron uno enfrente del otro sin que el tiempo transcurriera hasta que el agudo pitido de la alarma del humo les sobresaltó.

- Maldito estofado, se me está quemando.
- Es igual. Después de tantas cervezas no tengo hambre.
- Yo tampoco. Vamos al dormitorio.
- No. Mejor aquí, en la mesa como la primera vez que lo hicimos en esta casa y éramos todavía unos desconocidos para el otro.
- Te quiero.
- Yo también.

1 comentario:

  1. Siempre me he preguntado cual es el motor de una buena historia. Gracias por este paseo por Nueva York.

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