2/02/2011

SANTA CLAUS


Hacía frío, mucho frío. Ese frío seco de los días de impolutos cielos azules y perezosos soles que se despiertan tarde y acuestan pronto sin elevarse demasiado en el horizonte como esperando el momento de volver a desaparecer.



Sus cortos pasos se sucedían rápidos y su mano, enfundada en un guante de lana lleno de colores, se aferraba a la de su madre cubierta por uno de fino cuero negro .

En las aceras los bordes estaban todavía cubiertos por la nieve convertida en un gris y sucio hielo. El centro de las mismas estaba ya limpio, aunque aún alguna pequeña placa de hielo había sobrevivido a las palas de los operarios del ayuntamiento y de los porteros de las edificios.

La Navidad hacía dos semanas que había acabado y las vacaciones, visitas familiares y regalos ya quedaban lejos o dormían guardados en los cajones.

Hoy era domingo. y como todas las tardes de los domingos habían ido a visitar a su tía Helen en Staten Island. La noche les había sorprendido y tras abandonar el metro les quedaban por caminar los escasos doscientos metros hasta el portal de su casa. Aún en esta pequeña distancia el frío era capaz de congelar dedos, orejas o cualquier otro miembro del cuerpo no suficientemente cubierto dejándolo dolorido y de un color rojo intenso .

-Mira Mamá.

Estas dos palabras salieron de su boca acompañadas por la nube de vapor en que su cálido aliento se había convertido. Con su mano libre señalaba hacía un lado de la acera mientras que con la otra intentaba frenar a su madre. Ésta trató de seguir con su paso, pero los cada vez más cortos pasos de él le obligaron a frenarse.

-Mira Mamá. Mira eso.

Repitió otra vez él, ya parado en medio de la acera. Su cara oculta por otra nube de vapor. Su dedo índice rojo, blanco y azul señalando hacía el puesto de perritos calientes y hamburguesas de Louis.

-Sí hijo. Ya veo, es Louis.

A veces se paraban allí para comprar unos perritos al volver del parque de jugar. Pero no en días como éste.

-No Mamá - insistió él -Al lado Mamá. Mira es Santa Claus.

Su madre, ya totalmente parada miró hacía donde el diminuto dedo multicolor apuntaba y vislumbró un figura humana vestida de rojo y blanco. Él tiro de su mano para reanudar el paso y acercarse más. Ahora estaba más claro. No había lugar a dudas. Allí, alumbrado por la luz de la farola y los fluorescentes del puesto de Louis estaba Santa Claus. Mejor dicho, una figura de él a tamaño humano. Pero algo extraño perturbaba lo que debería ser una imagen familiar. Al principio ella no acertaba a decir que era lo que no encajaba en aquella visión.

- Mamá. Santa Claus no tiene cabeza. Alguien se la ha cortado.

Estaba en lo cierto. Santa estaba allí, con su pose tradicional pero su cabeza no estaba sobre sus hombros. Tras una rápida ojeada tampoco pudo descubrirla en el suelo cerca de él.

-Mamá. Qué le ha pasado a Santa? Está muerto? Ya no tendré más regalos?

Ahora la nube que salía de su boca se había convertido en una tormenta.

-Tranquilo cariño. Nadie puede matar a Santa. Habrá sido sólo un accidente.

-Pero Mamá. Sin cabeza no podrá leer mi carta y no sabrá que he pedido. Tampoco podrá encontrar mi calcetín para poner los regalos dentro.

Ahora unas lágrimas a punto de congelarse caían desde aquellas nubes.

-Tranquilo amor. Alguien la encontrará y se la devolverá.

Dijo ella intentando de calmar aquel temporal.

-Pero necesitará un médico que le cure Mamá. Podemos llevarle a casa y Papá podrá hacerlo. Él es médico, no? Él puede.

Ella intentó buscar una escapatoria y evitar tener que cargarse con aquella figura.

-Pero si lo subimos a casa nadie sabrá donde está y donde devolverle su cabeza. Mejor aquí en la calle que todo el mundo puede verle.

-Podemos poner un cartel en la farola. Mejor en todas las farolas del barrio. Diciendo que quien la encuentre nos llame. Como hizo tía Helen cuando Dogdoc se escapó. Y también decirle a Louis que si ve a alguien con la cabeza se la pida y nos la dé.

Su cara ahora era un claro en medio de la tormenta. Aquellos ojos no iban a aceptar un no por respuesta.

Ella agarró la figura y tras decirle a Louis que si veía alguien con la cabeza de Santa se la pidiera y la guardara para ellos.

Louis al principio no entendió nada de lo que le decía. Pero al ver la figura que ella arrastraba y la cara del niño sonrío y afirmó que así lo haría.

El portero les abrió la puerta a los tres y se ofreció a llevar al decapitado invitado hasta el ascensor. Se cerró la puerta del mismo y allí se quedaron los tres. En silencio. Mirando ellos dos los números de los pisos iluminarse conforme subían.

Abrieron la puerta y alguien saludó desde el fondo del apartamento.

-Hola Chris - contestó ella.

-Te hemos traído un paciente.

-Perdona cariño. Qué dices? - contestó él.

--Qué hemos traído a Santa Claus para que lo cures Papá - gritó el niño con ansiedad.

El padre apareció por la puerta del salón. Sus ojos se abrieron como platos. Pero antes de que pudiera articular palabra el niño empezó a decir.

-Alguien ha quitado la cabeza a Santa Claus y lo hemos traído para que lo cures. Cuándo la encontremos se la volverás a poner Papá, no?

El padre fue a decir algo. Pero se arrepintió. Y en vez de lo que había pensado suavemente dijo.

-Sí hijo. Cuando tengamos la cabeza le curaré.

-Mamá vamos a hacer los carteles para poner en la calle.

Unas miradas de resignación se cruzaron entre los padres. Ella encogió los hombros en señal de rendición.

-Vale. Vamos a hacerlo al ordenador de tu habitación.

Habían pasado ya tres días sin noticias de la cabeza perdida. Al volver del colegio el niño siempre preguntaba por ella y después de oír una negativa iba a su habitación a montar guardia desde su ventana por si alguien pasaba con ella. No fuera que Louis no lo viera.

Era jueves y ese día tras la escuela él tenía sus clases de natación. Eran las siete y media y al entrar al salón preguntó por la cabeza, su padre sonrió.

- Cariño. Hoy ha venido una señora que la había encontrado. No había visto todavía los carteles y la tenía guardada en casa. Por eso no había venido antes.

La emoción y ansiedad casi no le dejaron acabara su padre la última frase.

-Y dónde está? Se las has puesto ya Papá?

-Sí. Ya se la he puesto...

No pudo decir más. El niño salió corriendo hacia su habitación.

Un grito de angustia llegó desde la misma.

-Papá. Santa no está aquí. Dónde está? - dijo llorando

- Se ha ido hijo. Cuando le puse la cabeza y le curé me preguntó qué día era, se lo dije y se asustó. Me dijo que tenía que volver a su cabaña para dar de comer a los renos y empezar a preparar los regalos para el año que viene que sino no acabaría a tiempo. Eso sí, me dio las gracias por curarle y cuando le conté que tú le habías encontrado y traído a casa me dijo que te diera muchísimas gracias también a ti. Que te estaba realmente agradecido y que la próxima Navidad tendrías unos regalos muy buenos. Eso sí, siempre que te portaras bien.

El niño se quedó congelado por un momento. Sin saber si llorar porque se había ido Santa o gritar de alegría ante la esperanza de sus próximos regalos. Finalmente tartamudeando acertó a decir.

-De verdad dijo eso Papá? Que voy a tener muy buenos regalos?

-Sí cariño. Sí.

-Este año voy a ser mejor que nadie Papá. te lo prometo.

Su padre sonrió.

-Siempre lo eres hijo.
















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