5/23/2011

LEYENDO EN EL PARQUE

Estaba sentado en el mismo banco que todos los días en los que no llovía. Desde que comenzaba la primavera hasta que el invierno congelaba la ciudad, aquel banco se transformaba en su lugar de lectura preferido. Incluso aún se le podía ver allí sentado durante el invierno, cuando el día, aunque frío, era soleado. Si había nevado, siempre sacudía la nieve del banco con un guante antes de acurrucarse y abrir el libro. Una vez acomodado en el banco, se sumergía en las páginas de su libro durante horas ajeno al ajetreo del parque, excepto cuando alguien pasaba corriendo por delante suya, que siempre levantaba la vista para observar al corredor por unos segundos antes de volver a su tarea.

La lectura le había cautivado desde niño, aunque con los años también había desarrollado un interés por las gente que corría por el parque. Al principio los había considerado algo molesto porque le distraían de su lectura, y llegó a pensar en mudarse a otro banco más alejado de las habituales rutas de los corredores, aunque finalmente los corredores pasaron a ser un elemento más de sus horas de lectura, como mojar su dedo índice en la punta de su lengua antes de pasar las páginas. Elucubrar sobre que les impulsaba a correr, a elegir aquella ropa que vestían, las extravagantes zapatillas, o sus diferentes estilos de carrera. Hasta había llegado a clasificarlos en grupos en función de sus diferentes características . Con sólo una mirada, ya creía saber todo sobre quien corría frente a sus ojos.


Aquel día, el sol no calentaba demasiado y una ligera brisa venía desde el río. Estaba leyendo uno de las primeras novelas de Paul Auster, "El País de la Últimas Cosas". Al principio, había encontrado el libro un poco monótono, pero poco a poco la historia le había ido atrapando, y ahora lo tenía totalmente hipnotizado. Cuando llegó, todavía era temprano para la mayoría de los corredores. Normalmente su número aumentaba a partir de las cinco de la tarde cuando la mayoría acababan sus trabajos.

Su mirada se posó en el libro, y durante la primera hora sólo la levantó tres veces. La únicas corredoras fueron tres mujeres. Él las encuadró en el grupo de amas de casa que aprovechaban las últimas horas antes de que sus maridos vuelvan a casa para hacer un poco de ejercicio como complemento de una dieta, posiblemente basada en productos ecológicos, y mayoritariamente vegetariana. Su indumentaria consistía en zapatillas y tops de colores, y pantalones oscuros. Siempre llevaban auriculares en sus orejas, y habitualmente la música era clásica, o un pop suave. En este grupo la mayoría eran asiáticas.

A partir de la segunda hora el número de corredores se incrementó, y también la variedad de ellos. Al grupo de amas de casa, le sucedieron ejecutivos estresados, estudiantes, deportistas, y pseudo-profesionales del maraton entre otros. Algunos los conocía de todas las veces que los había visto pasar enfrente de su banco, pero otros pasaban ante él por primera, y posiblemente última vez.

Como casi siempre, entre ellos estaba un hombre que corría siempre a la misma hora, por el mismo lapso de tiempo, y vistiendo similares ropas. Su ritmo nunca era demasiado rápido, ni demasiado lento. Él lo encuadraba en el grupo de "corredores ordinarios". Aquellos que no parecían tener un claro motivo para correr, que lo hacen se podría decir por inercia. Lo que diferenciaba a éste de los demás era que cada vez que pasaba enfrente suya giraba la cabeza, y le miraba por unos segundos para después volver su vista al frente y perder otra vez su mirada en el final del parque, a la vez que él volvía a posar la suya en el libro.


El ritmo de su zancada estaba acompasado con su respiración, y la música que sonaba en su mp3. La mirada al frente sin fijarse en nada más que en los posibles obstáculos en el camino. La única distracción que se permitía era mirar a la gente que leía sentada en los bancos. Durante todo los años que llevaba corriendo le había sorprendido la gente que pasaba su tiempo leyendo en los bancos de los parques. Siempre había picado su curiosidad saber los motivos que les llevaban a preferir leer en los incomodos bancos de los parques a estar sentados confortablemente en un sillón de su casa. Con el tiempo había creado diferentes teorías sobre las razones que llevaban a aquellas personas a elegir el parque, y dentro del parque un determinado banco como lugar de lectura, o el porqué unos iban con chaquetas de lana, otros mantenían sus gafas en precario equilibrio en la punta de la nariz, u otros mojaban la punta de su dedo índice antes de pasar la página. Y los había dividido en diferentes grupos, que reconocía con una simple mirada. Como aquel hombre, siempre en el mismo banco, y que siempre levantaba la mirada para verle pasar.




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