10/03/2011

CANDADO

Como todos los días a esa hora, el tren estaba absolutamente lleno. No había apenas espacio para moverse. Ella entró en el último momento, apretándose contra el resto de los pasajeros para evitar ser atrapada por las puertas al cerrarse. Se giró y con la mano izquierda se agarró a la barra, quedándose de espaldas a mí.

El tren empezó a moverse. Tratando de evitar los ojos del resto de los pasajeros, mi vista se desplazó de los fluorescentes del techo a la parte superior de los carteles que apenas sobresalían por encima de las cabezas de los pasajeros, y después a las manos que se asían a las barras.

Ella giró su cabeza unos pocos grados dejando a la vista su oreja izquierda. La oreja no tenía nada especial, ni tampoco el pelo que caía por detrás, pero algo en ella atrajo mi atención. Había un pequeño candado tatuado detrás de su oreja, muy sencillo, en tinta de color azul .

Volvió a girar su cabeza al frente y el candado volvió a desaparecer detrás de su pelo otra vez.

El tren se detuvo. Las puertas se abrieron y un torrente humano se precipitó fuera del vagón arrastrándole a ella. Otro torrente entró en el vagón y ella desapareció en el andén, aunque no el candado que parecía haberse quedado tatuado en mi mente.

Finalmente el tren llegó a mi parada y bajé de él emprendiendo el camino a mi casa sin prestar apenas atención a mi alrededor. Sólo aquel candado de tinta azul ocupaba mi pensamiento. Cuál era su significado y cuáles las razones para tatuárselo en aquella parte tan escondida de su cuerpo pero a la vez tan descubierta.

En mi camino a casa pasé como siempre cerca de aquel local de tatuajes que siempre me había parecido poco recomendable. Casi sin darme cuenta me paré frente al mismo y me quedé mirando el sucio escaparate lleno de dibujos de dragones y serpientes, símbolos celtas y chinos. Sin saber como, entré en el local.

No dolió mucho, aunque el tatuador me había advertido que la zona que había elegido era muy sensible. Tampoco tardó mucho tiempo en realizarlo. Era un tatuaje muy pequeño.

Volver del trabajo a esa hora seguía siendo una tortura. El metro siempre estaba abarrotado y viajábamos como ganado camino al matadero. El tren llegó a la parada de la calle 42. Las puertas se abrieron. Habían pasado semanas pero la reconocí a pesar de que esta vez se situó detrás mía. El traqueteo del tren al arrancar nos volvió a sacudir. Me giré un poco y ella estaba allí mirando mi oreja con una sonrisa. Yo sonreí en respuesta.

- "Bonito tatuaje. Qué candado abre la llave?"

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